CRÓNICAS MARCIANAS – Ray Bradbury

          

TÍTULO

Casi  oximorónico, el título de la obra confronta nítidamente el relato de sucesos en forma cronológica con la mención de un planeta que sólo puede habilitar la creación irrestricta de ficciones.  Lo fidedigno, notoriamente, choca con lo inverosímil.

La ciencia lo ha demostrado: de Marte no se pueden realizar crónicas ya que todavía ningún hombre ha logrado siquiera descender sobre su superficie.  Mucho menos establecer contacto con inexistentes habitantes, ciudades y prodigios arquitectónicos.  Sin embargo, las manos de un mago son capaces de barajar estas cartas y mucho más.

CUESTIONES PREVIAS

Publicadas por primera vez en 1950, las Crónicas han suscitado todo tipo de interpretaciones y controversias.

¿Novela de aventuras y sucesos amenos o crónica ficticia de la colonización del cuarto planeta de Sistema Solar por seres  humanos? ¿Serie de cuentos de ciencia ficción o relatos autónomos de “fantasy”?

Desde la constitución novelesca hasta su inclusión en el subgénero ciencia ficción han cuestionado los críticos de las Crónicas.  A Jorge Luis Borges no le interesaban en absoluto esas ansiedades clasificatorias.  En su famoso prólogo de 1954, asevera: “Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica;  hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para trasmitirlas, recurra a lo “fantástico” o a lo “real”, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o una invasión de Marte. ¿Qué importa la novela, o la novelería de la science-fiction?”

En cambio, el crítico David Pringle, por ejemplo, define a las Crónicas como una “colección de cuentos, estrechamente relacionados entre sí, acerca de la exploración y la colonización del planeta Marte.”  Sin embargo, los relatos adquieren toda su dimensión en la estructura general a la cual los circunscribió Bradbury, se redimensionan, resuenan y apoyan entre sí.  Parece atinado reconocer el carácter novelístico de esta organización planeada e hilvanada minuciosamente.

Sin embargo, el uso de los elementos más comunes de la ficción científica: el transporte astronáutico, la invisibilidad, los robots, la telepatía y la hecatombe nuclear, ameritan la inclusión de las Crónicas marcianas en una ciencia ficción “blanda”, no exenta de una continua, efervescente y hermosa fantasía.

ESTRUCTURA

Veintisiete episodios equivalentes a veintisiete “capítulos” tradicionales y la misma cantidad de años – de 1999 a 2026 – engloba la novela.  Sin embargo, no hay correspondencia estricta entre capítulos y años.  Ocho capítulos dedicados al año 2005 contrastan con veintiún años de silencio, a los que no se dedica ni una línea, entre el 2001 y el 2026.

De asimétrica extensión narrativa, se puede dividir a las Crónicas en dos grandes momentos, similares al clásico corte en la Historia de la Humanidad.  Pueden reconocerse un período Antes y otro Después de la Colonización de Marte. (Curiosamente, las siglas serían A.C. y D.C., como en el calendario cristiano).

El primer período comprende un poco más de un año cronológico, desde el episodio titulado “El verano del cohete – enero de 1999” hasta “La tercera expedición – abril de 2000”.  Narra fundamentalmente el despegue de la primera nave tripulada hacia el planeta rojo y los tres intentos fallidos de establecimiento en su territorio.  En la trilogía de casos, la intervención violenta de los marcianos impide la colonización.  Las motivaciones de esos homicidios, en cambio, resultan disímiles.

Un par de visitantes terrestres asesinados por un marciano celoso;  cuatro astronautas tomados por delirios corporeizados y eliminados por un psiquiatra en “Los hombres de la Tierra – agosto de 1999” y dieciséis hombres a los que se quita la vida, después de permitirles vivir sus fantasías más entrañables (el encuentro con familiares y seres queridos resucitados) conforman los núcleos principales de este sector.  Pese a su corta duración temporal y narrativa, estos hechos preparan y explican varios sucesos posteriores.  Proporcionalmente, en estos episodios aparecen mucho más los marcianos que en el resto de la novela.

Por su parte, la colonización de Marte comienza recién con la cuarta expedición, en “Aunque siga brillando la luna – junio de 2001” y se extiende hasta el final de la novela (“El picnic de un millón de años – octubre de 2026”) abarcando más de veinticinco años en total.

Cuando el Capitán Wilder y sus hombres “amarticen” en junio del 2001, la raza nativa se encontrará en plena extinción como consecuencia de una epidemia de varicela.  Por lo tanto, no habrá conquista en el sentido tradicional del término, ni invasión ni enfrentamiento armado.  A partir de la devastadora peste, los marcianos no sólo no opondrán resistencia a la expansión terrícola sino que la facilitarán. “-Nos vamos. Prepárese. El territorio es suyo.” dirá un marciano con máscara de bronce pulido a un ambicioso hombre en “Fuera de temporada: noviembre de 2005.”

Este largo segundo período incluye avatares que permiten algunas subdivisiones.  Los comienzos de la colonización, su auge, el estallido de una prolongada conflagración en la Tierra, a la que vuelven los nostálgicos terrícolas de Marte, la hecatombe de nuestro mundo y una familia que se dispone a recomponer la vida y la esperanza en el cuarto planeta del Sistema Solar, jalonan este tramo.

Pero no sólo estas aproximaciones permite la estructura de la novela.  También es pertinente señalar la alternancia de capítulos relativamente breves, que ofician como “crónicas” propiamente dichas y otros que plantean situaciones concretas de personajes individuales, lo que se entiende convencionalmente como “narraciones”.  Los primeros se caracterizan por referirse a sujetos colectivos, o generalizables (“Los colonizadores”, “Los músicos”, “Los viejos”, “Los observadores”, “El contribuyente”, etc) y por anticipar de algún modo personajes o situaciones que se actualizan en los pasajes narrativos.  Así, cuando el cronista se refiere en “El verano del cohete – enero de 1999” a la partida de los primeros expedicionarios, el narrador desarrolla la suerte que corrieron en el capítulo siguiente, denominado “Ylla – febrero de 1999”.  De parecido modo, cuando en “Los observadores – noviembre de 2005”, los pobladores humanos de Marte vacíen la tienda de equipajes para volver a una devastada tierra, el narrador de “Los pueblos silenciosos – diciembre de 2005” desenvolverá una de sus consecuencias: las andanzas del presunto último hombre por las ciudades abandonadas de Marte. 

El cronista pretende muchas veces aportar datos “objetivos”, cifras, elementos que fingen exactitud.  En “Las langostas – febrero de 2002”, por ejemplo, leemos: “En seis meses surgieron doce pueblos en el planeta desierto, con una luminosa algarabía de tubos de neón y amarillas lámparas eléctricas.  En total, unas noventa mil personas llegaron a Marte, y otras más preparaban en la Tierra su partida.”

Así como al cronista le corresponden los grandes movimientos de masas, las generalidades y el informe casi periodístico, al narrador le toca vestir de carne y contradicciones a personajes entrañables, ya se trate de seres humanos o marcianos, como Ylla, Tom, Benjamin Driscoll, Hathaway o Spender, el desertor trágico.

Si en el comienzo de “Los viejos – agosto de 2005” el cronista afirma, con una pregunta retórica: “¿Y no era natural que al fin llegaran los viejos a Marte, siguiendo los pasos de los ruidosos exploradores, de los sofisticados, de los viajeros profesionales y de los conferenciantes románticos en busca de nuevos temas?”, en el capítulo siguiente, “El marciano – setiembre de 2005”, el narrador individualizará en un par de ancianos aquella información general: “Las montañas azules se alzaban en la lluvia y la lluvia caía en los largos canales, y el viejo La Farge y su mujer se asomaron a la puerta”.

De la correlación de tramos informativos y narrativos;  de las once “crónicas”, catorce “narraciones” de historias individuales y dos relatos a mitad de camino entre unas y otras (“Los observadores – noviembre de 2005” y “El picnic de un millón de años – octubre de 2026”) surge parte de la eficacia de este libro.  Afirma con gran perspectiva global Vanina Arregui: “Narración y crónica, ciencia e imaginación, magia y poesía, ficción y realidad, transcurren guiando al lector en este múltiple, fermental viaje a Marte-Tierra, a futuro-presente que constituye Crónicas marcianas.”

Hay una fascinación en el armado general de este libro clásico, complejo y fluido como un río de cálidas esmeraldas.

PRIMERAS TOMAS

Entre los múltiples planos de referencialidad y significado de las Crónicas, sobresalen algunas cumbres ineludibles.  El relato incluye planteamientos éticos y metafísicos de incuestionable hondura.  Estos polos importan en el texto tanto o más que lo argumental o anecdótico.  Prácticamente no hay capítulo de este libro (que provocaba “deleitables terrores” a otro gran amante de la filosofía, el escritor Jorge Luis Borges) que no refugie una idea fuerte, una denuncia o una reflexión sobre nuestra condición de homo sapiens.  Porque, afirmémoslo desde ya sin ambages, Marte y sus habitantes no protagonizan la obra sino los seres humanos, nuestros apetitos, prejuicios y contradictorias grandezas.  Las escasas apariciones de los habitantes del planeta rojo representan contrafiguras o espejos de los comportamientos humanos.

Así cundo Yll, marciano esposo de Ylla muestre celos ante los sueños de ella y luego intolerancia y agresividad ante la primera expedición humana, sus carencias y cortas miras reiterarán cualidades humanas.  Como contrapartida, la ausencia de deseos de venganza de los marcianos en “Fuera de temporada – noviembre de 2005”, contrasta vivamente con la violencia demostrada anteriormente por el terrícola Parkhill.  Las posibilidades telepáticas y de incesante mímesis de los marcianos, sus diferentes nociones de tiempo, espacio, arte, ciencia y religión, resaltan su incomunicación con nosotros y la precariedad de nuestros propios conceptos.  En cantidad y calidad, las Crónicas se centran en los seres de la Tierra y no en la civilización marciana.

El rechazo a lo diferente, a esa parte de nosotros mismos que no queremos o no podemos admitir representa tal vez el comportamiento más fustigado por Bradbury.  Queda palmariamente clara su denuncia en “Un camino a través del aire – junio de 2003”, donde un racista en la Tierra no puede evitar el viaje de los negros a Marte.  Sin embargo, se encuentra atenuadamente en la médula de otros episodios.  “Para el norteamericano común, lo que es raro no es bueno.” - afirma Spender, el personaje admirador de la cultura marciana - “Si las cañerías no son como en Chicago, todo es un desatino”.  El reconocimiento de estos anhelos de uniformización y falta de respeto a las diversidades ajenas, late tras estas palabras esclarecedoras.

Anticipación de mundos posibles, expresión literaria de deseos, utopías y miedos humanos, también puede interpretarse a las Crónicas como una gran búsqueda de las grandes cuestiones metafísicas.

 

TEMAS METAFÍSICOS

DIOS

El Creador, su posible existencia y sus manifestaciones exteriores, su presencia en los seres humildes y en sus servidores, como el Padre Peregrine (ya presente en el cuento “Los globos de fuego” de El hombre ilustrado) compete a varios tramos de la obra.  Cuando el capitán John Black y sus hombres encuentran en Marte del año 2000, un pueblo idéntico a Green Bluff en 1926, el arqueólogo Samuel Hinkston, observa: “-Es posible, capitán, que esto demuestre por vez primera, y plenamente, la existencia de Dios.”

La respuesta del capitán no se hace aguardar: “-Muchos buenos creyentes no han necesitado esa prueba, señor Hinkston.”  La intervención divina representa una de las explicaciones plausibles para el origen del pueblo.

“...Quizás estemos en el umbral del descubrimiento psicológico y metafísico más importante de nuestra época.” - había advertido el arqueólogo.

Paradojalmente, cuando los marcianos, disfrazados de seres queridos por los terrícolas, afirman: “Me atrevería a decirle que en los otros planetas hay también muchas cosas que le revelarían los infinitos designios de Dios” y poco después: “Dios es bueno con nosotros.  Seamos felices.” preparan la eliminación de sus interlocutores.  Bajo sus apologías de Dios se esconden los cangrejos de la crueldad.  No es oro todo lo que reluce ni todo creyente en Dios resulta confiable.

Ciencia, metafísica y religión pues, se anudan inextricablemente en este episodio, denso de significaciones.

 

EL TIEMPO

El transcurso de tiempos paralelos o en diferentes dimensiones: cíclicos (cuando Janice, por ejemplo, reconozca que en todos los tiempos, hombre y mujer se unen para perpetuar la especie en lugares nuevos y desconocidos);  los sucesos anacrónicos y la sugestión de eternidad (notemos que el último capítulo se titula “El picnic de un millón de años – octubre de 2026”, explicitan otro de los grandes temas metafísicos plasmados.

Además del tiempo sinestésico de Marte, disfrutado por Tomás “Esta noche había en el aire un olor a tiempo”, y su desencuentro cronológico con un marciano, que posibilitan pasajes de una honda belleza, el tiempo opera sobre las cosas desgastándolas, extinguiéndolas pero cubriéndolas de una pátina maravillosa.  Spender aprecia esa cualidad del tiempo: “En todas partes veo cosas usadas.  Cosas que fueron utilizadas durante siglos.  Si usted me pregunta si creo en el espíritu de las cosas usadas, le diré que sí.  Todas las cosas que hoy nos rodean sirvieron algún día para algo.  Nunca podremos utilizarlas sin sentirnos incómodos.”

Pero en la acogedora tentación de las cosas pasadas, en el reencuentro con el pueblo natal, la infancia y los seres queridos, encuentran su perdición los expedicionarios a las órdenes del capitán Black.  Este lo intuye por un momento.  Aún si se tratara de sobrevivientes de anteriores expediciones: “¿hubieran podido construir un pueblo como este y envejecerlo en tan poco tiempo...?”  También lo presiente su subordinado Hinkston: “¿Estaremos jugando con algo peligroso? Me refiero al tiempo.  ¿No deberíamos elevarnos y volver a la Tierra?”  Cuando los expedicionarios reaccionen, será tarde.  Los marcianos han creado un tiempo de oro, paradisíaco, una apariencia de felicidad que arrasará fatídicamente con las últimas prevenciones y cautelas de los humanos.  Bajo el simulacro de abuelos, padres y hermanos vueltos a la vida, se esconde la ferocidad de la resistencia nativa.

 

EL CONOCIMIENTO

La ciencia mal aplicada, las vías del conocimiento y la tecnología al servicio de la guerra son cuestionados minuciosamente.  Según el propio Spender, los discursos del Congreso marchaban en ese sentido: “...Si la expedición tenía éxito, establecerían en Marte tres laboratorios de investigaciones atómicas y varios depósitos de bombas.  Dicho de otro modo: Marte se acabó, todas estas maravillas desaparecerán.”  El padre del episodio final, en el año 2026, enseña a sus hijos lo que significó el predominio de la ciencia durante los años anteriores, o sea, los que estamos viviendo actualmente: “La ciencia progresó rápidamente y nos dejó atrás... Las guerras crecieron y crecieron y finalmente acabaron con la Tierra.”  A nuestra inconsciencia y beligerancia actual se refiere Bradbury, hablando detrás del personaje como un ventrílocuo.  Tal vez este grado de lucidez fue lo que llevó a Clifton Fadiman a aseverar de este texto: “Tan grave y perturbador como una de las fantasías alegóricas de Hawthorne.”

Contrariamente al panorama anterior, los marcianos ostentan en la obra una fina sabiduría: “Combinaron religión, arte y ciencia, pues la ciencia no es más que la investigación de un milagro inexplicable, y el arte, la interpretación de ese milagro.  La ciencia entre ellos no se opuso a la belleza.”  Como en el filósofo Platón, La Bondad, la Belleza y la Verdad se dan la mano.  Frente a la destructividad del hombre, se yergue la armonía de la naturaleza y su fecundidad:  “Los marcianos descubrieron el secreto de la vida entre los animales.”  Paradojalmente, estos hallazgos, correspondientes a una civilización utópica y feliz, se producen cuando prácticamente ha desaparecido.

Con signo positivo aparece la magia en la obra.  Mágica es la lluvia que hace crecer los primeros árboles naturales en Marte: “Fresca, dulce y tranquila, caía desde lo alto del cielo como un elixir mágico...” Mágico, el suelo del cual brotan, gigantescos y lozanos “...cerezos, arces, fresnos, manzanos, naranjos, eucaliptus, estimulados por la lluvia tumultuosa, alimentados por el suelo mágico y extraño...”

De la naturaleza surge la magia, como los conjuros benéficos brotan de la máquina de escribir del prestidigitador de Illinois.

 

EL SER – LA AMBIVALENCIA

De paradojas y ambivalencias está lleno el relato.  Esta multiplicidad del ser, esta posibilidad de ser él mismo, otro, mimetizarse y transformarse parcial o totalmente impregna muchos episodios.  Sin incurrir en exageraciones, se puede catalogar a las Crónicas como una novela de la identidad, o un muestrario de las diferentes apariencias del Ser.

Bradbury desarticula los mitos más difundidos y las imágenes previsibles de muchos seres.

Hasta su relato, el marciano era representado frecuentemente como un enano verde, de cabeza ovoide, coronado por un par de antenas y al comando de platos voladores.  En los libros de ciencia ficción de la época se los mostraba extremadamente exóticos y hostiles, inclusive como monstruos híbridos, feos y repulsivos.  Hasta se acuñó la abreviatura BEM (“bug-eyed-monster”) para designar a esos seres con “los ojos como bolas de lotería”.  Esta descripción predominó durante la friolera de cincuenta años.  Nadie los había descripto como “seres morenos, de ojos rasgados y amarillos”, de “voces suaves y musicales” y con máscaras, cambiantes de acuerdo a su estado de ánimo.  Menos aún se los podía llegar a concebir padeciendo matrimonios rutinarios y aburridos,  como el de Ylla e Yll, o quedando al borde de la extinción por una causa tan insignificante y ridícula como una varicela.  Necios y machistas, compasivos y generosos, las cualidades morales de los marcianos no difieren en absoluto de las humanas.  Como los dioses griegos, apenas diferentes de los mortales por sus poderes amplificados y por beber la ambrosía de la inmortalidad, los marcianos de Bradbury difieren de los hombres por su capacidad telepática y su camaleonismo.  Frente a la visión exótica de la ciencia ficción tradicional, Bradbury resalta lo humano que hay en ellos, para bien y para mal.  Como bien señala Gattégno: “Con Bradbury aparece también en la descripción de los extraterrestres una característica a la que le esperaba un gran porvenir: se les sitúa en el mismo plano que al hombre, aunque no se les humanice.  De modo que el criterio de “otredad” no puede ser ya una forma (material, incluso si es signo de una diferencia intelectual o moral), sino de un modo de pensamiento, de sensación, de relación con el mundo.  La morfología desaparece en favor de la psicología, e incluso de la filosofía.”  El narrador de las Crónicas hasta utiliza la palabra “hombres” en la descripción de los habitantes autóctonos: “hombres enmascarados, hombres con rostros de plata, hombres con ojos como estrellas azules, hombres con orejas talladas en oro, hombres con mejillas de estaño y labios adornados de rubíes, hombres de brazos cruzados, hombres que seguían a Sam, marcianos.”  Sugestivamente, Spender llega a asentirse marciano y la familia del desenlace de la novela, también.  Según Jean Gattégno: “...desde esta perspectiva deben leerse las Crónicas marcianas, pues los marcianos sirven para hacer más evidente la corrupción de una especie que sólo se redimirá a costa de su destrucción casi completa.”

Ya no hay buenos y malos.  Inclusive, unos ocupan a otros, con bastante frecuencia.  Estas ocupaciones desdibujan al individuo, le quitan identidad.  El ente ocupado es él mismo y no lo es;  muchas veces, extraña su estado anterior irreversiblemente.

El marciano puede ser terrestre.  Tal el caso del protagonista de “El marciano-setiembre de 2005”, de vertiginosa metamorfosis hasta su muerte:  “Y ante los ojos de todos, comenzó a transformarse.  Fue Tom, y James, y un tal Switchman, y un tal Butterfield;  fue el alcalde del pueblo, y una muchacha, Judith;  y un marido, William;  y una esposa, Clarisse.  Como una cera fundida, tomaba la forma de todos los pensamientos.”  Pero también el hombre puede ser marciano.  Según sus propias declaraciones, Spender se convierte en uno: “...- y el marciano vino a nuestro campamento – dijo Cheroke.

-        Yo no veo a ningún marciano – dijo Cheroke.

-        Lo siento mucho.

    Spender sacó su arma y se oyó un zumbido apagado.”

Cuando el padre de “El picnic de un millón de años-octubre de 2026” señala a los marcianos en el agua, nos hallamos ante el desenlace de la novela.  Por su importancia, no puede dejar de transcribirse el pasaje: “Los marcianos estaban allí, en el canla, reflejados en el agua: Timothy y Michael y Robert y papá y mamá. 

Los marcianos les devolvieron una larga mirada silenciosa desde el agua ondulada.”

Son marcianos y no.  Todo puede ser y no ser.

En Marte hay canales sin agua, “antiguas y ajedrezadas ciudades muertas”, barcas voladoras o que andan por la arena, “flores enjauladas”, armas que disparan “horribles abejas”, columnas de cristal que dan calor... Cada objeto contradice lo previsible.  Las máscaras de los nativos ocultan y muestran sus sentimientos a la vez.  Los elevados y antiquísimos conocimientos de los marcianos no alcanzan a combatir una simple varicela.

Tom, el marciano que adopta la forma que los humanos deseen, plasma trágicamente el problema de la identidad: “No soy nadie; soy solamente yo mismo.  Dondequiera que esté soy algo, y ahora soy algo que usted no puede impedir”.  Tironeado por todos, moldeado por los deseos en pugna de los humanos que no admiten ninguna de sus apariencias parciales, víctima de los egoísmos inclementes, en síntesis, no admitido, muere sobre el pavimento sin cumplir la fantasía completa de nadie.

 

LA MUERTE

De las tres primeras expediciones a Marte, no regresa nadie vivo a la Tierra.  Veintidós hombres en total son ultimados por los marcianos, en diferentes circunstancias y con distintas motivaciones pero justificando la calificación de Borges: “Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando la aniquilación los alcanza.”

Salvo el involuntario cataclismo marciano, fruto de una pueril causa o la muerte por infarto de Hathaway, la mayor parte de los fallecimientos de las Crónicas son violentos.  Tanto los nativos asesinados injustamente por Sam Parkhill en “Fuera de temporada” como el fraticidio de Jeff Spender durante la cuarta expedición (incluida la muerte del propio traidor a su especie) como la eliminación de los invitados a la casona de “Usher II”, constituyen ejemplos de muertes violentas.

La hecatombe de la Tierra, a diferencia de la marciana, proviene de una guerra nuclear.

Pero a pesar de la abundancia de casos, la muerte sigue constituyendo parte de la vida, y no al revés.  El final de la novela alude a la regeneración de la especie, como el mundo posdiluviano, las piedras de Deucalión y Pirra y otras leyendas afines.

 

VIDA Y OPTIMISMO

La voracidad, la intolerancia, la felonía, el consumismo y el fraticidio de los terrícolas, no impide que el padre de “El picnic de un millón de años-octubre de 2026” plantee a sus hijos sobrevivientes: “Perdonadme si os hablo como un político, pero al fin y al cabo soy un ex-gobernador;  un gobernador honesto, por eso me odiaron.  La vida en la Tierra nunca fue nada bueno.”  Y más adelante: “Estamos solos. Nosotros y algunos más que llegarán dentro de poco.  Somos bastantes para empezar de nuevo.  Bastantes para volver la espalda a la Tierra y emprender un nuevo camino...”

De esta posibilidad de rectificar equivocaciones y comenzar de nuevo, de comprobar que nunca está todo perdido y el ser humano se yergue de sus cenizas, surge el optimismo racional de Bradbury, el destello de un espíritu infatigable y confiado.  Lo que sucede es que, como afirma Gattégno: “Bradbury, o los ingleses J.G. Ballard y Brian Adiss, exploraron zonas misteriosas de la personalidad humana, encontrando así una nueva forma de lo fantástico.”  En el episodio de Benjamín Driscoll, la utopía de un planeta lleno de árboles y aire se torna realidad.

En el relato, nunca prosperan el escepticismo ni las fatídicas profecías.

Inequívocamente, el cronista toma partido por la vida.

 

TÉCNICAS Y RECURSOS LITERARIOS

Tal vez el rasgo más talentoso y distintivo de las Crónicas marcianas, el que  lo sitúa por encima de otros ejemplares de su género y a contrapelo de lo que se hacía en ciencia ficción en su época, lo constituya el acierto en la utilización de imágenes literarias.  Su profusión y polifacetismo han llamado la atención sobre las condiciones poéticas de la obra, sus sorpresivas asociaciones y sus hallazgos fulgurantes.

De más está aclarar que en la traducción se pierde el sabor de las sinestesias y casi siempre, el placer musical del texto.  Sin embargo, la fuerza e ingenio de los tropos se conservan en muchas oportunidades y nos permiten disfrutar algunos rayos que desprende originalmente este inagotable sol.

No intentamos ser exhaustivos sino simplemente ejemplificar algunas de las técnicas y recursos más utilizados.  Las virtudes de Bradbury en este terreno y la poca extensión que se le ha prestado en otros acercamientos críticos a esta fundamental zona de su novela, justifican el énfasis dispensado en esta oportunidad.  A través de las más audaces imágenes, las ingeniosas iluminaciones se dan la mano con la celebración.

Técnicamente, la utilización del retardo (como en la demorada anagnórisis – revelación de la trágica verdad – del capitán Black respecto a su destino) no resulta incompatible con el uso de la elipsis, la omisión de algún elemento de la narración.  En este caso, la muerte del expedicionario es sugerida de este modo: “El capitán John Black echó a correr por el cuarto.  Gritó.  Gritó dos veces.

No llegó a la puerta.”   El efecto da entender la causa.

Lo bastante frecuentes leit-motiv, por su parte, impregnan varios pasajes.  Otorgan un peculiar ritmo al relato.  En “Los observadores-noviembre de 2005”, la exhortación de la radio a retornar a la Tierra se repite como un imperativo moral: “Continente australiano atomizado en prematura explosión depósito bombas atómicas.  Los Ángeles, Londres, bombardeadas.  Vuelvan.  Vuelvan.  Vuelvan.

Se levantaron de las mesas.

Vuelvan.  Vuelvan.  Vuelvan..

-         ¿Qué será de Jane? ¿Te acuerdas de mi hermanita Jane?

Vuelvan.”

 

En “Vendrán lluvias suaves-agosto de 2026”, la repetición de la voz del reloj de la sala acentúa el absurdo de su anuncio para nadie: “tictac, las siete, hora de levantarse, las siete, como si temiera que nadie se levantase.  La casa estaba desierta.  El reloj continuó su tictac, repitiendo sus llamados en el vacío.  Las siete y nueve, hora del desayuno, las siete y nueve.”

Tanto los ritornellos, leit motiv, anáforas, aliteraciones (que se pierden en español) brindan musicalidad al relato.  Forman parte del sistema de repeticiones de significantes y fonemas propios de la poesía.  Hechizan con autonomía (no independencia) del contenido.

También el estilo indirecto libre, que incorpora la voz o el pensamiento de un personaje a la narración omnisciente, se utiliza en marcos absolutamente inéditos.  Tal el caso del capitán Wilder, cuyos deseos de que se salve Spender son explicitados en ese estilo, en segunda persona y con un modo imperativo, apremiante casi, que no deja dudas sobre sus buenas intenciones con el desertor: “El capitán Wilder esperaba.

¡Vamos, Spender!, pensó.  Escápate como me dijiste antes.  Sólo tienes unos minutos.  Escápate.  Dijiste que lo harías.  Escóndete en esos subterráneos que has encontrado y quédate allí meses, años, leyendo tus hermosos libros y bañándote en las piscinas de los templos.”

 

La alternancia de diálogo y narración o los diálogos sin verbo introductorio,  que valen para un interlocutor o el otro, no se usan arbitrariamente sino en función del argumento.  La soledad de Hathaway  ante su familia, que luego descubriremos artificial, se enfatiza mediante el primer mecanismo:

“- Mirad – dijo alzando a la luz una botella polvorienta. – Un vino reservado especialmente para hoy.  Ya sabía yo que alguien nos encontraría.  ¡Bebamos celebrando el suceso!

Llenó cinco copas.

-          Ha pasado mucho tiempo – dijo, mirando gravemente u copa –

¿Recordáis el día en que estalló la guerra?  Hace veinte años y siete meses…”

 

Hathaway sigue hablando solo;  lo que al lector le resulta extraño, cataforiza (anticipa) el desenlace y subraya el desamparo del personaje.

Durante casi toda la novela, el narrador deviene omnisciente y en tercera persona.

Toda una serie de símbolos empapa y enriquece la obra.  Desde las máscaras (expresivas y encubridoras) y las ciudades ajedrezadas (alusivas de una gran inteligencia) de los marcianos, hasta los robots (que convierten a sus creadores en dioses) los canales sin agua, los barcos sobre la arena o voladores (mágicos y fuera de su lugar habitual) el río de negros que inunda el pueblo “como si se hubiese roto un dique”, la fogata de papeles burocráticos, títulos y resúmenes de la guerra del último capítulo, el agua en que se reflejan los “marcianos” del desenlace, recreadora del mito de Narciso, la Mansión de Usher, la bala que reserva Parkhill para Spender (“¡Voy a hacerle saltar los cochinos sesos!”), alegórica de la destrucción de la inteligencia o de una nueva conciencia, la lluvia sobre Benjamín Driscoll, estos y muchos otros elementos trascienden su naturaleza objetual o física, se imbrican a conceptos e ideas profundas, haciéndolas resonar como campanas.

También la sucesión de preguntas existenciales carga filosóficamente el relato.  Como cuando el capitán Wilder se cuestiona si está cumpliendo o no con su deber, al perseguir a Spender: “Al fin y al cabo ¿quiénes somos nosotros? ¿La mayoría? ¿Es esa una respuesta? La mayoría siempre tiene razón ¿no es así?... ¿Qué es esa mayoría? ¿Quiénes la forman? ¿Qué piensa?..” Los cimientos mismos de la democracia se ven sacudidos por estas interrogantes.

Bradbury utiliza mucho el polisíndeton (repeticiones de conjunciones): “Después de una prolongada sobremesa se sentaron en la sala y el capitán les habló del cohete, y su hermano y los viejos asintieron, y mamá no había cambiado nada, y papá cortó con los dientes la punta de su cigarro y lo encendió pensativamente, como en otros tiempos.”  Como asimismo las oraciones unimembres: “Tierra. Cohete. Hombres. Viaje. Espacio.” o aquella asociación del capitán Black que intuye la naturaleza marciana de quienes fingen ser sus parientes: “Mamá. Edward. Tierra. Marte. Marcianos.” y enumeración asindética (sin conjunciones), al estilo de aquella tan alegre, durante la primera noche marciana de la cuarta expedición: “Acordeón, armónica, vino, gritos, bailes, canciones, rondas, ruido de cacerolas, carcajadas.”

En cuanto a la adjetivación, casi siempre dinámica y suave, forma comúnmente tríadas de una hermosa belleza.  Un cohete puede ser “atractivo y delicado y brillante”, los ojos de Driscoll “sonrosados, soñolientos y tibios”, hasta la llegada de ese colonizador, la tierra aparecía: “desnuda, negra, desolada”.  Una joven marciana posee unos “ojos claros como las lunas, grandes, tranquilos y blancos.”  La voz de una mujer “era suave, fresca y dulce”

 RECURSOS Y FIGURAS

Más que adornos, las figuras retóricas utilizadas por Bradbury crean una atmósfera, definen una situación o un personaje y resultan funcionales a la anécdota.  Si bien se trasunta una delectación profunda en su utilización, nunca aparecen en forma gratuita o sin una marcada eficacia, ensanchando el espacio poético.

Algún crítico, como David Pringle, ha despreciado en parte estos atributos de la prosa bradburiana: “Así pues, Crónicas marcianas es una obra históricamente importante.  Hoy parece anticuada;  su poesía, a veces, afectada;  su tristeza, apenas algo más que sentimental;  pero las mejores páginas tienen todavía una cualidad mágica”.

Creemos que, paradojalmente, esa “cualidad mágica” emana del tono elegíaco, de la constante poesía y del sabor melancólicamente añejo de toda la novela.

No se puede separar, pues, el argumento de su presentación, de la explosión de imágenes literarias que en forma duplicada, triplicada y hasta combinada en cuatro o cinco figuras simultáneas sopla su belleza al lector.

Del eje de contigüidad y del de semejanza, extrae sus máximas posibilidades.

Los símiles encadenados, o de doble comparante, por ejemplo, redondean un concepto y favorecen cada clima en particular.

Ylla y su marido volaban en su barquilla blanca “Como una sombra de luna, como una antorcha encendida...”  Cuando los hombres del capitán Wilder avanzan por una avenida embaldosada, hablan todos en voz muy baja: “...era como entrar en una vasta biblioteca al aire libre o en un mausoleo habitado por el viento y sobre el que brillaban las estrellas.”

Ante el disparo de Parkhill, la joven marciana “se dobló como una bufanda de seda y se fundió como una figurita de cristal”.

Pero también los símiles muestran en muchas oportunidades una belleza singular.  Por ejemplo, el señor K. Lee un libro de metal con jeroglíficos en relieve, pasando suavemente la mano por encima “como quien toca el arpa”.  También Spender mueve las manos sobre una hoguera “como en una ofrenda a un gigante muerto”.  El cohete espacial que llegará a Marte, es vista por Ylla “como una moneda que se tira al aire...”.  “La casa se cerraba como una flor gigantesca”.  Las torres de un inmaculado pueblo marciano son vistas “como piezas de ajedrez finamente cinceladas”.  A la madre esbelta y suave de “El picnic de un millón de años – octubre de 2026”, “Se le podían ver los pensamientos nadando como peces en los ojos”.

En fin, tanta belleza se desprende de estos símiles como de las metáforas, que también aparecen dobles o simples.

Entre las primeras, se destacan las referidas a Marte en la imaginación de Benjamín Driscoll: “...era un bosque vespertino, un huerto brillante”.  Los colonizadores son: “...hombres armados de martillos, con las bocas orladas de clavos...”.  El colmo de la sucesión metafórica lo constituye tal vez la enumeración asindética protagonizada por los árboles, esos deliciosos vegetales que harán más habitable el planeta rojo.  Los árboles refrescarían las ciudades durante el estío y podían ser: “color, sombra, fruta, paraíso de los niños, universo aéreo de escales y columpios, arquitectura de alimento y de placer.”

También debe mencionarse el oxímoron, principalmente referidos a objetos marcianos, inversos respecto a su funcionalidad terrestre, como los “barcos de arena”, la “barquilla voladora” del Señor K. Y su esposa o “los canales secos”.  El pánico invade a Janice “con hielo y fuego”.  El señor AAA bebía “unos sorbos de fuego eléctrico...”.  Indudablemente, este recurso se vincula a la identidad de los contrarios y a las múltiples y hasta contradictorias apariencias del ser, tan del gusto del autor.

Gran parte de la sedosa impresión del texto se debe a las acertadas sinestesias utilizadas.  En los escenarios marcianos se elevaba una música serena, en el aire tranquilo, “como el aroma de una flor”.  El alba de Marte es tan tranquila como “un pozo fresco y negro”.  En otra oportunidad, “El aire olía a limpio y nuevo”.

Por otra parte, la apelación a personificaciones atípicas, sumamente originales, enriquecen este mundo verbal dulce y complejo.

En “Ylla- febrero de 1999”, el viento no sólo movió el pelo rojizo de la señora K. Sino que “le murmuró suavemente en los oídos”.  En su carrera fraternal con Edward, “Los árboles rugieron sobre la cabeza del capitán Black”.  Según Spender, a Marte “le arrancaremos la piel...”.  Él y los otros llegan a una “ciudad dormida y muerta.”

 

(Extraído de: Lauro Marauda “Un conejo en una galera espacial” sobre Ray Bradbury)