Fuenteovejuna
[Teatro. Fragmentos para trabajar en clase]

Lope de Vega

ACTO PRIMERO

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 Vanse.  Salen PASCUALA y LAURENCIA
LAURENCIA:        ¡Mas que nunca acá volviera!
PASCUALA:      Pues a la hé que pensé
               que cuando te lo conté
               más pesadumbre te diera.
LAURENCIA:        ¡Plega al cielo que jamás
               le vea en Fuenteovejuna!
PASCUALA:      Yo, Laurencia, he visto alguna
               tan brava,y pienso que más;
                  y tenía el corazón
               brando como una manteca.
LAURENCIA:     Pues ¿hay encina tan seca
               como ésta mi condición?
PASCUALA:         Anda ya; que nadie diga:
               "de esta agua no beberé."
LAURENCIA:     ¡Voto al sol que lo diré,
               aunque el mundo me desdiga!
                  ¿A qué efecto fuera bueno
               querer a Fernando yo?
               ¿Casaráme con él?
PASCUALA:                             No.
LAURENCIA:     Luego la infamia condeno.
                  ¡Cuántas mozas en la villa,
               del comendador fïadas,
               andan ya descalabradas!
PASCUALA:      Tendré yo por maravilla
                  que te escapes de su mano.
LAURENCIA:     Pues en vano es lo que ves,
               porque ha que me sigue un mes,
               y todo, Pascuala, en vano.
                  Aquel Flores, su alcahuete,
               y Ortuño, aquel socarrón,
               me mostraron un jubón,
               una sarta y un copete.
                  Dijéronme tantas cosas
               de Fernando, su señor,
               que me pusieron temor;
               mas no serán poderosas
                  para contrastar mi pecho.
PASCUALA:      ¿Dónde te hablaron?
LAURENCIA:                          Allá
               en el arroyo, y habrá
               seis días.
PASCUALA:                  Y yo sospecho
                  que te han de engañar, Laurencia.
LAURENCIA:     ¿A mí?
PASCUALA:              Que no, sino al cura.
LAURENCIA:     Soy, aunque polla, muy dura
               yo para su reverencia.
                  Pardiez, más precio poner,
               Pascuala, de madrugada,
               un pedazo de lunada
               al huego para comer,
                  con tanto zalacotón
               de una rosca que yo amaso,
               y hurtar a mi madre un vaso
               del pegado cangilón,
                  y más precio al mediodía
               ver la vaca entre las coles
               haciendo mil caracoles
               con espumosa armonía;
                  y concertar, si el camino
               me ha llegado a causar pena,
               casar un berenjena
               con otro tanto tocino;
                  y después un pasatarde,
               mientras la cena se aliña,
               de una cuerda de mi viña,
               que Dios de pedrisco guarde;
                  y cenar un salpicón
               con su aceite y su pimienta,
               e irme a la cama contenta,
               y al "inducas tentación"
                  rezalle mis devociones,
               que cuantas raposerías,
               con su amor y sus porfías,
               tienen estos bellacones;
                  porque todo su cuidado,
               después de darnos disgusto,
               es anochecer con gusto
               y amanecer con enfado.
PASCUALA:         Tienes, Laurencia, razón;
               que en dejando de querer,
               más ingratos suelen ser
               que al villano el gorrión.
                  En el invierno, que el frío
               tiene los campos helados,
               descienden de los tejados,
               diciéndole:  "tío, tío,"
                  hasta llegar a comer
               las migajas de la mesa;
               mas luego que el frío cesa,
               y el campo ven florecer,
                  no bajan diciendo "tío,"
               del beneficio olvidados,
               mas saltando en los tejados
               dicen:  "judío, judío."
                  Pues tales los hombres son:
               cuando nos han menester,
               somos su vida, su ser,
               su alma, su corazón;
                  pero pasadas las ascuas,
               las tías somos judías,
               y en vez de llamarnos tías,
               anda el nombre de las pascuas.
LAURENCIA:        No fïarse de ninguno.
PASCUALA:      Lo mismo digo, Laurencia.
                      Salen MENGO, BARRILDO y FRONDOSO
FRONDOSO:      En aquesta diferencia
               andas, Barrildo, importuno.
BARRILDO:         A lo menos aquí está
               quien nos dirá lo más cierto.
MENGO:         Pues hagamos un concierto
               antes que lleguéis allá,
                  y es, que si juzgan por mí,
               me dé cada cual la prenda,
               precio de aquesta contienda.
BARRILDO:      Desde aquí digo que sí.
                  Mas si pierdes, ¿qué darás?
MENGO:         Daré mi rabel de boj,
               que vale más que una troj,
               porque yo le estimo en más.
BARRILDO:         Soy contento.
FRONDOSO:                     Pues lleguemos.
               Dios os guarde, hermosas damas.
LAURENCIA:     ¿Damas, Frondoso, nos llamas?
FRONDOSO:      Andar al uso queremos:
                  al bachiller, licenciado;
               al ciego, tuerto; al bisojo,
               bizco; resentido, al cojo;
               y buen hombre, al descuidado.
                  Al ignorante, sesudo;
               al mal galán, soldadesca;
               a la boca grande, fresca;
               y al ojo pequeño, agudo.
                  Al pleitista, diligente;
               gracioso al entremetido;
               al hablador, entendido;
               y al insufrible, valiente.
                  Al cobarde, para poco;
               al atrevido, bizarro;
               compañero al que es un jarro;
               y desenfadado, al loco.
                  Gravedad, al descontento;
               a la calva, autoridad;
               donaire, a la necedad;
               y al pie grande, buen cimiento.
                  Al buboso, resfrïado;
               comedido al arrogante;
               al ingenioso, constante;
               al corcovado, cargado.
                  Esto al llamaros imito,
               damas, sin pasar de aquí;
               porque fuera hablar así
               proceder en infinito.
LAURENCIA:        Allá en la ciudad, Frondoso,
               llámase por cortesía
               de esta suerte; y a fe mía,
               que hay otro más riguroso
                  y peor vocabulario
               en las lenguas descorteses.
FRONDOSO:      Querría que lo dijeses.
LAURENCIA:     Es todo a esotro contrario:
                  al hombre grave, enfadoso;
               venturoso al descompuesto;
               melancólico al compuesto;
               y al que reprehende, odioso.
                  Importuno al que aconseja;
               al liberal, moscatel;
               al justiciero, crüel;
               y al que es piadoso, madeja.
                  Al que es constante, villano;
               al que es cortés, lisonjero;
               hipócrita al limosnero;
               y pretendiente al cristiano.
                  Al justo mérito, dicha;
               a la verdad, imprudencia;
               cobardía a la paciencia;
               y culpa a lo que es desdicha.
                  Necia a la mujer honesta;
               mal hecha a la hermosa y casta;
               y a la honrada...  Pero basta;
               que esto basta por respuesta.
MENGO:            Digo que eres el dimuño.
LAURENCIA:     ¡Soncas que lo dice mal!
MENGO:         Apostaré que la sal
               la echó el cura con el puño.
LAURENCIA:        ¿Qué contienda os ha traído,
               si no es que mal lo entendí?
FRONDOSO:      Oye, por tu vida.
LAURENCIA:                        Di.
FRONDOSO:      Préstame, Laurencia, oído.
LAURENCIA:        Como prestado, y aun dado,
               desde agora os doy el mío.
FRONDOSO:      En tu discreción confío.
LAURENCIA:     ¿Qué es lo que habéis apostado?
FRONDOSO:         Yo y Barrildo contra Mengo.
LAURENCIA:     ¿Qué dice Mengo?
BARRILDO:                      Una cosa
               que, siendo cierta y forzosa,
               la niega.
MENGO:                 A negarla vengo,
                  porque yo sé que es verdad.
LAURENCIA:     ¿Qué dice?
BARRILDO:               Que no hay amor.
LAURENCIA:     Generalmente, es rigor.
BARRILDO:      Es rigor y es necedad.
                  Sin amor, no se pudiera
               ni aun el mundo conservar.
MENGO:         Yo no sé filosofar;
               leer, ¡ojalá supiera!
                  Pero si los elementos
               en discordia eterna viven,
               y de los mismos reciben
               nuestros cuerpos alimentos,
                  cólera y melancolía,
               flema y sangre, claro está.
BARRILDO:      El mundo de acá y de allá,
               Mengo, todo es armonía.
                  Armonía es puro amor,
               porque el amor es concierto.
MENGO:         Del natural os advierto
               que yo no niego el valor.
                  Amor hay, y el que entre sí
               gobierna todas las cosas,
               correspondencias forzosas
               de cuanto se mira aquí;
                  y yo jamás he negado
               que cada cual tiene amor,
               correspondiente a su humor,
               que le conserva en su estado.
                  Mi mano al golpe que viene
               mi cara defenderá;
               mi pie, huyendo, estorbará
               el daño que el cuerpo tiene.
                  Cerraránse mis pestañas
               si al ojo le viene mal,
               porque es amor natural.
PASCUALA:      Pues, ¿de qué nos desengañas?
MENGO:            De que nadie tiene amor
               más que a su misma persona.
PASCUALA:      Tú mientes, Mengo, y perdona;
               porque, ¿es materia el rigor
                  con que un hombre a una mujer
               o un animal quiere y ama
               su semejante?
MENGO:                       Eso llama
               amor propio, y no querer.
                  ¿Qué es amor?
LAURENCIA:                       Es un deseo
               de hermosura.
MENGO:                       Esa hermosura,
               ¿por qué el amor la procura?
LAURENCIA:     Para gozarla.
MENGO:                        Eso creo.
                  Pues ese gusto que intenta,
               ¿no es para él mismo?
LAURENCIA:                          Es así.
MENGO:         Luego ¿por quererse a sí
               busca el bien que le contenta?
LAURENCIA:        Es verdad.
MENGO:                       Pues de ese modo
               no hay amor sino el que digo,
               que por mi gusto le sigo
               y quiero dármele en todo.
BARRILDO:         Dijo el cura del lugar
               cierto día en el sermón
               que había cierto Platón
               que nos enseñaba a amar;
                  que éste amaba el alma sola
               y la virtud de lo amado.
PASCUALA:      En materia habéis entrado
               que, por ventura, acrisola
                  los caletres de los sabios
               en sus cademias y escuelas.
LAURENCIA:     Muy bien dice, y no te muelas
               en persuadir sus agravios.
                  Da gracias, Mengo, a los cielos,
               que te hicieron sin amor.
MENGO:         ¿Amas tú?
LAURENCIA:              Mi propio honor.
FRONDOSO:      Dios te castigue con celos.
BARRILDO:         ¿Quién gana?
PASCUALA:                     Con la qüistión
               podéis ir al sacristán,
               porque él o el cura os darán
               bastante satisfacción.
                  Laurencia no quiere bien,
               yo tengo poca experiencia.
               ¿Cómo daremos sentencia?
FRONDOSO:      ¿Qué mayor que ese desdén?
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MÚSICOS:          "Sea bien venido
                  el comendadore
                  de rendir las tierras
                  y matar los hombres."
                      Vanse los MÚSICOS y los ALCAIDES
COMENDADOR:       Esperad vosotras dos.
LAURENCIA:     ¿Qué manda su señoría?
COMENDADOR:    ¡Desdenes el otro día,
               pues, conmigo!  ¡Bien, por Dios!
LAURENCIA:        ¿Habla contigo, Pascuala?
PASCUALA:      Conmigo no, tirte ahuera.
COMENDADOR:    Con vos hablo, hermosa fiera,
               y con esotra zagala.
                  ¿Mías no sois?
PASCUALA:                        Sí, señor;
               mas no para casos tales.
COMENDADOR:    Entrad, pasado los umbrales;
               hombres hay, no hayáis temor.
LAURENCIA:        Si los alcaldes entraran,
               que de uno soy hija yo,
               bien huera entrar; mas si no...
COMENDADOR:    ¡Flores!
FLORES:                  ¿Señor?
COMENDADOR:                       ¡Que reparan
                  en no hacer lo que les digo!
FLORES:        ¡Entrad, pues!
LAURENCIA:                     No nos agarre.
FLORES:        Entrad; que sois necias.
PASCUALA:                               Arre;
               que echaréis luego el postigo.
FLORES:           Entrad; que os quiere enseñar
               lo que trae de la guerra.
COMENDADOR:    Si entraren, Ortuño, cierra.
                                  Éntrase
LAURENCIA:     Flores, dejadnos pasar.
ORTUÑO:           ¿También venís presentadas
               con lo demás?
PASCUALA:                     ¡Bien a fe!
               Desvíese, no le dé...
FLORES:        Basta; que son extremadas.
LAURENCIA:        ¿No basta a vuestro señor
               tanta carne presentada?
ORTUÑO:        La vuestra es la que le agrada.
LAURENCIA:     ¡Reviente de mal dolor!
                         Vanse LAURENCIA y PASCUALA
FLORES:           ¡Muy buen recado llevamos!
               No se ha de poder sufrir
               lo que nos ha de decir
               cuando sin ellas nos vamos.
ORTUÑO:           Quien sirve se obliga a esto.
               Si en algo desea medrar,
               o con paciencia ha de estar,
               o ha de despedirse presto.
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 Vanse todos.  Salen LAURENCIA y FRONDOSO
LAURENCIA:        A medio torcer los paños,
               quise, atrevido Frondoso
               para no dar qué decir,
               desvïarme del arroyo;
               decir a tus demasías
               que murmura el pueblo todo,
               que me miras y te miro,
               y todos nos traen sobre ojo.
               Y como tú eres zagal
               de los que huellan, brioso,
               y excediendo a los demás
               vistes bizarro y costoso,
               en todo lugar no hay moza,
               o mozo en el prado o soto,
               que no se afirme diciendo
               que ya para en uno somos;
               y esperan todos el día
               que el sacristán Juan Chamorro
               nos eche de la tribuna
               en dejando los piporros.
               Y mejor sus trojes vean
               de rubio trigo en agosto
               atestadas y colmadas,
               y sus tinajas de mosto,
               que tal imaginación
               me ha llegado a dar enojo:
               ni me desvela ni aflige
               ni en ella el cuidado pongo.
FRONDOSO:      Tal me tienen tus desdenes,
               bella Laurencia, que tomo,
               en el peligro de verte,
               la vida, cuando te oigo.
               Si sabes que es mi intención
               el desear ser tu esposo,
               mal premio das a mi fe.
LAURENCIA:     Es que yo no sé dar otro.
FRONDOSO:      ¿Posible es que no te duelas
               de verme tan cuidadoso
               y que imaginando en ti
               ni bebo, duermo ni como?
               ¿Posible es tanto rigor
               en ese angélico rostro?
               ¡Viven los cielos, que rabio!
LAURENCIA:     Pues salúdate, Frondoso.
FRONDOSO       Ya te pido yo salud,
               y que ambos, como palomos,
               estemos, juntos los picos,
               con arrullos sonorosos,
               después de darnos la iglesia...
LAURENCIA:     Dilo a mi tío Juan Rojo;
               que aunque no te quiero bien,
               ya tengo algunos asomos.
FRONDOSO:      ¡Ay de mí!  El señor es éste.
LAURENCIA:     Tirando viene a algún corzo.
               Escóndete en esas ramas.
FRONDOSO:      Y ¡con qué celos me escondo!
                             Sale el COMENDADOR
COMENDADOR:    No es malo venir siguiendo
               un corcillo temeroso,
               y topar tan bella gama.
LAURENCIA:     Aquí descansaba un poco
               de haber lavado unos paños;
               y así, al arroyo me torno,
               si manda su señoría.
COMENDADOR:    Aquesos desdenes toscos
               afrentan, bella Laurencia,
               las gracias que el poderoso
               cielo te dio, de tal suerte,
               que vienes a ser un monstruo.
               Mas si otras veces pudiste
               hüír mi ruego amoroso,
               agora no quiere el campo,
               amigo secreto y solo;
               que tú sola no has de ser
               tan soberbia, que tu rostro
               huyas al señor que tienes,
               teniéndome a mí en tan poco.
               ¿No se rindió Sebastiana,
               mujer de Pedro Redondo,
               con ser casadas entrambas,
               y la de Martín del Pozo,
               habiendo apenas pasado
               dos días del desposorio?
LAURENCIA:     Ésas, señor, ya tenían
               de haber andado con otros
               el camino de agradaros;
               porque también muchos mozos
               merecieron sus favores.
               Id con Dios, tras vueso corzo;
               que a no veros con la cruz,
               os tuviera por demonio,
               pues tanto me perseguís.
COMENDADOR:    ¡Qué estilo tan enfadoso!
               Pongo la ballesta en tierra
               [puesto que aquí estamos solos],
               y a la práctica de manos
               reduzco melindres.
LAURENCIA:                        ¿Cómo?
               ¿Eso hacéis?  ¿Estáis en vos?
                      Sale FRONDOSO y toma la ballesta
COMENDADOR:    No te defiendas.
FRONDOSO:                      Si tomo
               la ballesta ¡vive el cielo
               que no la ponga en el hombro!
COMENDADOR:    Acaba, ríndete.
LAURENCIA:                    ¡Cielos,
               ayúdame agora!
COMENDADOR:                   Solos
               estamos; no tengas miedo.
FRONDOSO:      Comendador generoso,
               dejad la moza, o creed
               que de mi agravio y enojo
               será blanco vuestro pecho,
               aunque la cruz me da asombro.
COMENDADOR:    ¡Perro, villano!...
FRONDOSO:                          No hay perro.
               Huye, Laurencia.
LAURENCIA:                      Frondoso,
               mira lo que haces.
FRONDOSO:                          Vete.
                               Vase LAURENCIA
COMENDADOR:    ¡Oh, mal haya el hombre loco,
               que se desciñe la espada!
               Que, de no espantar medroso
               la caza, me la quité.
FRONDOSO:      Pues, pardiez, señor, si toco
               la nuez, que os he de apiolar.
COMENDADOR:    Ya es ida.  Infame, alevoso,
               suelta la ballesta luego.
               Suéltala, villano.
FRONDOSO:                          ¿Cómo?
               Que me quitaréis la vida.
               Y advertid que Amor es sordo,
               y que no escucha palabras
               el día que está en su trono.
COMENDADOR:    Pues, ¿la espalda ha de volver
               un hombre tan valeroso
               a un villano?  Tira, infame,
               tira, y guárdate; que rompo
               las leyes de caballero.
FRONDOSO:      Eso, no.  Yo me conformo
               con mi estado, y, pues me es
               guardar la vida forzoso,
               con la ballesta me voy.
COMENDADOR:    ¡Peligro extraño y notorio!
               Mas yo tomaré venganza
               del agravio y del estorbo.
               ¡Que no cerrara con él!
               ¡Vive el cielo, que me corro!
                            FIN DEL PRIMER ACTO

 ACTO SEGUNDO

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Sale la boda, MÚSICOS, MENGO,
      FRONDOSO, LAURENCIA, PASCUALA, BARRILDO, ESTEBAN y alcalde JUAN
                               ROJO.  Cantan
MUSICOS:          "¡Vivan muchos años
               los desposados!
               ¡Vivan muchos años!"
MENGO:            A fe que no os ha costado
               mucho trabajo el cantar.
BARRILDO:      Supiéraslo tú trovar
               mejor que él está trovado.
FRONDOSO:         Mejor entiende de azotes
               Mengo que de versos ya.
MENGO:         Alguno en el valle está,
               para que no te alborotes,
                  a quien el Comendador...
BARRILDO:      No lo digas, por tu vida;
               que este bárbaro homicida
               a todos quita el honor.
MENGO:            Que me azotasen a mí
               cien soldados aquel día...
               sola una honda tenía
               [y así una copla escribí;]
                  pero que le hayan echado
               una melecina a un hombre,
               que aunque no diré su nombre
               todos saben que es honrado,
                  llena de tinta y de chinas
               ¿cómo se puede sufrir?
BARRILDO:      Haríalo por reír.
MENGO:         No hay risa con melecinas;
                  que aunque es cosa saludable...
               yo me quiero morir luego.
FRONDOSO:      Vaya la copla, te ruego,
               si es la copla razonable.
MENGO:            "Vivan muchos años juntos
               los novios, ruego a los cielos,
               y por envidia ni celos
               ni riñan ni anden en puntos.
               Llevan a entrambos difuntos,
               de puro vivir cansados.
               ¡Vivan muchos años!"
FRONDOSO:         ¡Maldiga el cielo el poeta,
               que tal coplón arrojó!
BARRILDO:      Fue muy presto.
MENGO:                       Pienso yo
               una cosa de esta seta.
                  ¿No habéis visto un buñolero
               en el aceite abrasando
               pedazos de masa echando
               hasta llenarse el caldero?
                  ¿Que unos le salen hinchados,
               otros tuertos y mal hechos,
               ya zurdos y ya derechos,
               ya fritos y ya quemados?
                  Pues así imagino yo
               un poeta componiendo,
               la materia previniendo,
               que es quien la masa le dio.
                  Va arrojando verso aprisa
               al caldero del papel,
               confïado en que la miel
               cubrirá la burla y risa.
                  Mas poniéndolo en el pecho,
               apenas hay quien los tome;
               tanto que sólo los come
               el mismo que los ha hecho.
BARRILDO:         Déjate ya de locuras;
               deja los novios hablar.
LAURENCIA:     Las manos nos da a besar.
JUAN ROJO:     Hija, ¿mi mano procuras?
                  Pídela a tu padre luego
               para ti y para Frondoso.
ESTEBAN:       Rojo, a ella y a su esposo
               que se la dé el cielo ruego,
                  con su larga bendición.
FRONDOSO:      Los dos a los dos la echad.
JUAN ROJO:     Ea, tañed y cantad,
               pues que para en uno son.
                                   Cantan
MUSICOS:          "Al val de Fuenteovejuna
               la niña en cabellos baja;
               el caballero la sigue
               de la cruz de Calatrava.
               Entre las ramas se esconde,
               de vergonzosa y turbada;
               fingiendo que no le ha visto,
               pone delante las ramas.
               --¿Para qué te escondes,
               niña gallarda?
               Que mis linces deseos
               paredes pasan.--
               Acercóse el caballero,
               y ella, confusa y turbada,
               hacer quiso celosías
               de las intricadas ramas;
               mas como quien tiene amor
               los mares y las montañas
               atraviesa fácilmente,
               la dice tales palabras:
               --¿Para qué te escondes,
               niña gallarda?
               Que mis linces deseos
               paredes pasan--."
                    Sale el COMENDADOR, FLORES, ORTUÑO y
                                 CIMBRANOS
COMENDADOR:       Estése la boda queda
               y no se alborote nadie.
JUAN ROJO:     No es juego aqueste, señor,
               y basta que tú lo mandes.
               ¿Quieres lugar?  ¿Cómo vienes
               con tu belicoso alarde?
               ¿Venciste?  Mas, ¿qué pregunto?
FRONDOSO:      ¡Muerto soy!  ¡Cielos, libradme!
LAURENCIA:     Huye por aquí, Frondoso.
COMENDADOR:    Eso no; prendedle, atadle.
JUAN ROJO:     Date, muchacho, a prisión.
FRONDOSO:      Pues ¿quieres tú que me maten?
JUAN ROJO:     ¿Por qué?
COMENDADOR:                No soy hombre yo
               que mato sin culpa a nadie;
               que si lo fuera, le hubieran
               pasado de parte a parte
               esos soldados que traigo.
               Llevarlo mando a la cárcel,
               donde la culpa que tiene
               sentencie su mismo padre.
PASCUALA:      Señor, mirad que se casa.
COMENDADOR:    ¿Qué me obliga que se case?
               ¿No hay otra gente en el pueblo?
PASCUALA:      Si os ofendió, perdonadle,
               por ser vos quien sois.
COMENDADOR:                        No es cosa,
               Pascuala, en que yo soy parte.
               Es esto contra el maestre
               Téllez Girón, que Dios guarde;
               es contra toda su orden,
               es su honor, y es importante
               para el ejemplo, el castigo;
               que habrá otro día quien trate
               de alzar pendón contra él,
               pues ya sabéis que una tarde
               al comendador mayor,
               --¡qué vasallos tan leales!--
               puso una ballesta al pecho.
ESTEBAN:       Supuesto que el disculparle
               ya puede tocar a un suegro,
               no es mucho que en causas tales
               se descomponga con vos
               un hombre, en efecto, amante;
               porque si vos pretendéis
               su propia mujer quitarle,
               ¿qué mucho que la defienda?
COMENDADOR:    Majadero sois, alcalde.
ESTEBAN:       Por vuestra virtud, señor,...
COMENDADOR:    Nunca yo quise quitarle
               su mujer, pues no lo era.
ESTEBAN:       Sí quisistes...  Y esto baste;
               que reyes hay en Castilla,
               que nuevas órdenes hacen,
               con que desórdenes quitan.
               Y harán mal, cuando descansen
               de las guerras, en sufrir
               en sus villas y lugares
               a hombres tan poderosos
               por traer cruces tan grandes;
               póngasela el rey al pecho,
               que para pechos reales
               es esa insignia y no más.
COMENDADOR:    ¡Hola!, la vara quitadle.
ESTEBAN:       Tomad, señor, norabuena.
COMENDADOR:    Pues con ella quiero darle
               como a caballo brïoso.
ESTEBAN:       Por señor os sufro.  Dadme.
PASCUALA:      ¿A un viejo de palos das?
LAURENCIA:     Si le das porque es mi padre,
               ¿qué vengas en él de mí?
COMENDADOR:    Llevadla, y haced que guarden
               su persona diez soldados.
                       Vase el COMENDADOR y los suyos
ESTEBAN:       Justicia del cielo baje.
                                    Vase
PASCUALA:      Volvióse en luto la boda.

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FIN DEL ACTO SEGUNDO

 ACTO TERCERO

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Sale LAURENCIA, desmelenada
LAURENCIA:        Dejadme entrar, que bien puedo,
               en consejo de los hombres;
               que bien puede una mujer,
               si no a dar voto, a dar voces.
               ¿Conocéisme?
ESTEBAN:                     ¡Santo cielo!
               ¿No es mi hija?
JUAN ROJO:                     ¿No conoces
               a Laurencia?
LAURENCIA:                   Vengo tal,
               que mi diferencia os pone
               en contingencia quién soy.
ESTEBAN:       ¡Hija mía!
LAURENCIA:                No me nombres
               tu hija.
ESTEBAN:                ¿Por qué, mis ojos?
               ¿Por qué?
LAURENCIA:               Por muchas razones,
               y sean las principales:
               porque dejas que me roben
               tiranos sin que me vengues,
               traidores sin que me cobres.
               Aún no era yo de Frondoso,
               para que digas que tome,
               como marido, venganza;
               que aquí por tu cuenta corre;
               que en tanto que de las bodas
               no haya llegado la noche,
               del padre, y no del marido,
               la obligación presupone;
               que en tanto que no me entregan
               una joya, aunque la compren,
               no ha de correr por mi cuenta
               las guardas ni los ladrones.
               Llevóme de vuestros ojos
               a su casa Fernán Gómez;
               la oveja al lobo dejáis
               como cobardes pastores.
               ¿Qué dagas no vi en mi pecho?
               ¿Qué desatinos enormes,
               qué palabras, qué amenazas,
               y qué delitos atroces,
               por rendir mi castidad
               a sus apetitos torpes?
               Mis cabellos ¿no lo dicen?
               ¿No se ven aquí los golpes
               de la sangre y las señales?
               ¿Vosotros sois hombres nobles?
               ¿Vosotros padres y deudos?
               ¿Vosotros, que no se os rompen
               las entrañas de dolor,
               de verme en tantos dolores?
               Ovejas sois, bien lo dice
               de Fuenteovejuna el hombre.
               Dadme unas armas a mí
               pues sois piedras, pues sois tigres...
               --Tigres no, porque feroces
               siguen quien roba sus hijos,
               matando los cazadores
               antes que entren por el mar
               y pos sus ondas se arrojen.
               Liebres cobardes nacistes;
               bárbaros sois, no españoles.
               Gallinas, ¡vuestras mujeres
               sufrís que otros hombres gocen!
               Poneos ruecas en la cinta.
               ¿Para qué os ceñís estoques?
               ¡Vive Dios, que he de trazar
               que solas mujeres cobren
               la honra de estos tiranos,
               la sangre de estos traidores,
               y que os han de tirar piedras,
               hilanderas, maricones,
               amujerados, cobardes,
               y que mañana os adornen
               nuestras tocas y basquiñas,
               solimanes y colores!
               A Frondoso quiere ya,
               sin sentencia, sin pregones,
               colgar el comendador
               del almena de una torre;
               de todos hará lo mismo;
               y yo me huelgo, medio-hombres,
               por que quede sin mujeres
               esta villa honrada, y torne
               aquel siglo de amazonas,
               eterno espanto del orbe.
ESTEBAN:       Yo, hija, no soy de aquellos
               que permiten que los nombres
               con esos títulos viles.
               Iré solo, si se pone
               todo el mundo contra mí.

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FRONDOSO:      ¡Viva Fuenteovejuna!
COMENDADOR:                   ¡Qué caudillo!
               Estoy por que a su furia acometamos.
FLORES:        De la tuya, señor, me maravillo.
ESTEBAN:       Ya el tirano y los cómplices miramos.
               ¡Fuenteovejuna, y los tiranos mueran!
                                Salen todos
COMENDADOR:    Pueblo, esperad.
TODOS:                          Agravios nunca esperan.
COMENDADOR:       Decídmelos a mí, que iré pagando
               a fe de caballero esos errores.
TODOS:         ¡Fuenteovejuna!  ¡Viva el rey Fernando!
               ¡Mueran malos cristianos y traidores!
COMENDADOR:    ¿No me queréis oír?  Yo estoy hablando,
               yo soy vuestro señor.
TODOS:                               Nuestros señores
               son los reyes católicos.
COMENDADOR:                              Espera.
TODOS:         ¡Fuenteovejuna, y Fernán Gómez muera!

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Sale el JUEZ
JUEZ:             A Fuenteovejuna fui
               de la suerte que has mandado
               y con especial cuidado
               y diligencia asistí.
                  Haciendo averiguación
               del cometido delito,
               una hoja no se ha escrito
               que sea en comprobación;
                  porque conformes a una,
               con un valeroso pecho,
               en pidiendo quién lo ha hecho,
               responden:  "Fuenteovejuna."
                  Trescientos he atormentado
               con no pequeño rigor,
               y te prometo, señor,
               que más que esto no he sacado.
                  Hasta niños de diez años
               al potro arrimé, y no ha sido
               posible haberlo inquirido
               ni por halagos ni engaños.
                  Y pues tan mal se acomoda
               el poderlo averiguar,
               o los has de perdonar,
               o matar la villa toda.
                  Todos vienen ante ti
               para más certificarte;
               de ellos podrás informate.

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