EL HOMBRE ROMÁNTICO

 

Un movimiento tan grande y complejo, tan rico en posiciones teóricas y en luchas literarias, y tan abundante en matices, exige una imagen sumaria y abarcadora que  facilite la comprensión.  Hablamos ya,   al pasar,    del hombre romántico. 

 

¿Qué significa ser romántico?  Se cree, habitualmente, que basta con el predominio de los sentimientos, con la exaltación de la vida afectiva, para merecer ese título.  No hay duda que el romántico es hombre de sentimientos, intensos siempre,  y a menudo avasallantes.  Pero es

necesario analizarlos y entender de qué modo se organizan.  El romántico es tal, no por exceso de sentimientos sino por disponerlos de acuerdo con una especialísima estructura.

 

En primer término el hombre romántico busca la libertad de sentimientos.  La vida de yo interior sólo puede existir en un ámbito de libertad absoluta donde nada trabe le juego desatado de sus pasiones.  Estas deben ser libres para expandirse por una Naturaleza a menudo divinizada;  para conocer todos los secretos de un universo cuya dimensión fundamental es el infinito;  y para aspirar perennemente a ese infinito en el cual se trasmuta su propio destino.  Libres frente al amor, potencia central del alma que arrastra tras sí todas las demás potencias y rechaza los convencionalismos, los prejuicios y las mezquindades.  Libres para erigirse hasta la estatura de esos Titanes de lo ideal, como Prometeo, y para manifestar la rebeldía debida contra las injusticias de una sociedad que progresa hacia un industrialismo perfeccionado y cruel.  Libres por sobre todas las cosas para crear obras artísticas sin las ataduras de la preceptiva y sin más normas que las dictadas por el genio –soberano en sus dominios-  y por la inspiración –fuente inagotable de hallazgos sobrehumanos.  El artista romántico –poeta, pintor o músico- generó las leyes de un nuevo etilo, contrapuestas a aquellas que el neoclasicismo del siglo XVIII y el rigor intolerante de la razón y el buen gusto habían difundido por Europa.  Y admitiendo que la Historia enseña el cambio perpetuo de las ideas y las sociedades, que no hay centros permanentes de donde emanen las reglas que encarcelen al espíritu,  reivindicó a la Edad Media como período propicio para la poesía y la aventura caballeresca, y reconoció la potestad de cada pueblo para convertir en arte elevado y noble sus modos particulares de expresión.

 

El hombre romántico fue, más que un sentimental, un místico y un apóstol del sentimiento libre.  Se mostró individualista y rebelde, pero también popularista.  Padeció crisis de conciencia y se vio envuelto en hondas perplejidades metafísicas;  pero tuvo fe indeclinable en la necesidad de la creación artística, y convirtió a la Poesía en un absoluto capaz de sustituir a una divinidad cuestionada por una convulsa circunstancia histórica.

 

Tal individualidad debía resultar forzosamente inconformista.  El romántico lo fue en alto grado.  Valoró, o sobrevaloró, la realidad de su mundo interior, hasta borrar a veces las fronteras entre subjetividad y objetividad.  Vivió en el mundo como un exiliado;  exprimió los placeres con urgencia, como quien tiene las horas contadas; y cuando quiso revelar el tesoro de su intimidad halló (o creyó hallar) la incomprensión y la burla.  Entonces se refugió en sí mismo y convirtió su yo en ámbito de nostalgias, ensueños y melancolías.  Es decir, hizo de su alma un mundo en pequeño.  Estrictamente, un microcosmos.  Y aunque esto le convirtió en un solitario, no fue un hombre aislado ni separado de modo tajante de los demás.  Tampoco un evadido.  Ansió identificarse con el mundo circundante, con la naturaleza, con la amplitud misma del mundo, o sea, con el macrocosmos.

 

El deseo más profundo del hombre romántico se llamó deseo de identificación de todas las cosas, deseo de la unificación del mundo exterior y el mundo de sus propios sueños. Fue la aspiración de Fausto y la de los más notables escritores y poetas.  Fue la desmesura padecida en todo instante y vivida con pasión y encarnizamiento.  Pidió a la vida más de lo que tal vez la vida pueda dar.  Vivió insatisfecho y procuró sobrepasarse y excederse, seguro de que el ser humano está destinado a la superación constante de sus propios límites.  En ello residió su miseria, pero también su trágica grandeza.