………  Pero todavía quiero hablaros de otro dios.  He escogido a propósito uno desconocido, a pesar de que su ser sea imprescindible para nuestra existencia humana.  De su historia se explica nuestro origen.  Es la historia de Zagreo.

Zeus tuvo relaciones sexuales con su hermana Deméter, y como resultado dio a luz a la hermosa Core.  Más tarde, como diosa de los infiernos, se llamará Perséfone (para conocer más de esta diosa sigue el vínculo).  Quisiera dedicarle dos frases.  Para mi Perséfone es la personificación del maníaco-depresivo.  La mitad del año vive como reina de los infiernos entre las sombras de los muertos, la otra la pasa con los dioses del Olimpo.  De la oscuridad a la luz, del desconsuelo mortal al júbilo más divino.

Core o Perséfone tuvo que haber sido muy, pero muy hermosa y atractiva, melancólica, retraída, enigmática.  Zeus, cómo no, se enamoró de esta hija suya, y dado que no quería turbar su paz, que es en lo que radicaba su encanto, se transformó en una serpiente, y cuando un día Perséfone estaba sentada en el bosque mirando tristemente, se acercó reptando, y a través de su vulva se deslizó al interior de su cuerpo.  Perséfone se quedó encinta.

Perséfone se quedó encinta de Zagreo, unigénito del dios supremo.  Como Zeus la amaba especialmente, amó también a su hijo Zagreo.  Y lo prefirió a todos los demás.  A este hijo lo nombró su heredero.  Zeus dijo:

-  Un día heredará todo mi poder, todo mi reino, mi riqueza y mi sabiduría.

Zagreo es el hijo del dios.

Hera estaba especialmente celosa de Zagreo.  Por eso Zeus lo escondió en una gruta y lo mandó vigilar a aquellos dioses que lo habían vigilado a él cuando era niño, esto es, a los Curetes, aquellos que golpeaban tan ruidosamente en sus escudos para que no se oyeran los lloros del niño.

Pero Hera odiaba tanto a este niño como lo adoraba su esposo, y llamó a los titanes (para conocer más de estos seres sigue el vínculo), que en esta historia simbolizan la maldad absoluta.  Les ordenó:

-  Encontrad a Zagreo y …  ¡matadlo!

Los titanes buscaron a Zagreo por todo el mundo y lo encontraron en la gruta vigilada por los Curetes.  Un niño adorable, completamente ingenuo.  Los Curetes son ahuyentados rápidamente, pero Zagreo se escabulle en el interior de la gruta, y la gruta es demasiado pequeña para los titanes.  Intentan atraerlo.  Le prometen todo tipo de cosas: manzanas, que cuando las lleva debajo de la camisa le hacen parecer una mujer.  Le prometen que va a comprender el lenguaje de los animales, tumbarse sobre las nubes.  Pera nada de eso le tienta.

Entonces le acercan un espejo.  Es sí que es interesante.  Zagreo sale de la cueva porque dentro hay muy poca luz, mira en el espejo y ve su propia imagen.  Comienza a reflexionar sobre sí mismo.  Para el ser humano no hay nada tan interesante como él mismo.  Está tan fascinado consigo mismo que olvida ser cauteloso.  Entonces los titanes se lanzan sobre él.  Zagreo tiene el tiempo justo de transformarse en león.    Pero ya no le sirve de nada.  Se transforma en toro.  No le vale de nada.  Los titanes lo desgarran, descuartizan su cuerpo y devoran los trozos.

Zeus se entera de lo sucedido.  Está profundamente ofendido y triste.  El dolor le colma por completo.  Arroja un rayo a los titanes y los reduce a cenizas.

En estas cenizas convergen dos principios, en el fuego se han fundido dos proyectos vitales: el bien, Zagreo, el amor, el esplendor, la belleza;  y el mal, los titanes, la crueldad, la fealdad.

Ahí quedaba la ceniza.  Llovió encima y se convirtió en un amasijo moldeable.  Entonces vino Prometeo, un hermanastro de Zeus, y de este amasijo hizo al ser humano.  Aquí radica la cuestión de por qué en nosotros los seres humanos están contenidos el bien y el mal al mismo tiempo.  Y es porque hemos sido creados a partir de la ceniza de los titanes y Zagreo.

Cubre tu firmamento, Zeus,

de vapores nebulosos

y practica, cual joven

que quiebra los cardos

con los robles y las cumbres;

mas no toques mi tierra,

ni mi cabaña, que tú no has construido,

ni mi hogar,

por cuyo ardor

tú me envidias.

¿Quién no conoce estos versos de Goethe?

Prometeo es el prototipo del rebelde.  El final del poema dice lo siguiente:

Aquí me tienes, moldeo hombres

según mi propia imagen,

una especie que mi igual sea,

para que sufran, para que lloren,

para que gocen y se alegren,

y en ti no reparen,

¡como yo!

Este es Prometeo.

Prometeo ha creado al ser humano.  Siempre fue el precursor del ser humano.  Así consta en la Teogonía de Hesíodo, y así lo hemos aprendido en los dramas de Esquilo.  Prometeo es una figura mesiánica.

Nos ha creado a nosotros, los humanos, expresamente en contra de la voluntad de Zeus.  No lo vio con buenos ojos.  Quería dejar morir de hambre a los humanos exigiéndoles sacrificios.  Zeus se dijo: “Si les elijo la carne de sus ganados, es decir, lo mejor y lo más nutritivo, no podrán sobrevivir, estarán demasiado débiles para luchar por su supervivencia”.  En fin, que se trataba de un impuesto de existencia, por decirlo así.

Prometeo nos ayudó.  Engañó al dios.  Amontonó los intestinos y los huesos de los animales y los cubrió de grasa.  Tomó el estómago de aspecto feo, inapetente, y lo rellenó con las mejores piezas, con la carne carmesí de los músculos, y dijo a Zeus:

- Bueno, mis humanos te harán sacrificios.  Aquí tienes, escoge: ¿qué montón quieres?

Zeus pensó: “¡De qué les servirá el feo e inapetente estómago!  Si les quito la grasa perecerán.”

Y señaló el montón de la grasa, cayendo así en la trampa de Prometeo.  Zeus no puede volverse atrás de una decisión ya tomada.  Es un dios.  Los dioses no se confunden.  Y si así es, no deben reconocerlo.

Por eso, a partir de aquel día sólo se sacrifican los intestinos y los huesos.  Pero la carne carmesí de los músculos, que tanto gusta al ser humano, se la queda el hombre para su sustento.

Pero, ¿qué hacer ahora con la carne? ¿Comerla cruda? ¿Qué hacer con la carne sin fuego?  Prometeo volvió a ayudar al hombre.  Robó el fuego de la fragua de Hefesto y se lo llevó a los humanos.

Cuando Zeus por las noches descendía su mirada desde el Olimpo, veía por todas partes pequeñas luces trémulas.  Uno se puede imaginar qué pensará ahora Zeus cuando mira sobre nuestras grandes ciudades.  “¡Cuántas luces!  ¡Hasta dónde ha llegado la criatura de Prometeo!”, pensará.  Maldijo a Prometeo y decidió castigarle.  Ordenó a Hefesto encadenar a Prometeo con cadenas a las rocas del Cáucaso.

Este redentor estaba clavado al Cáucaso con los brazos extendidos, y durante el día venía un águila y le sacaba a picotazos el hígado que le volvía a crecer por la noche.  Que le arrancara hígado a picotazos no le causaba menos dolor que el crecimiento rápido.  Y esto debía ser eterno, pues Prometeo era inmortal.

Esta crueldad era el castigo a Prometeo por haber creado al ser humano.

Hay algo que nos sorprende: por ninguna parte aparece que los humanos amaran especialmente a Prometeo.  En casi todas las mitologías hay figuras paralelas a Prometeo.  Los fineses tienen a Wainamoinen, que tampoco es querido, y luego está Lucifer, que significa “el portador de la luz”, también él constituye una figura paralela a Prometeo.  El portador de la luz es el ángel que trae fuego, y es a él al que ha convertido el cristianismo en demonio.  ¿Por qué no  amamos a esta figura?  Debería sernos mucho más cercana que el resto de los personajes del firmamento de los dioses.  ¡No lo sé!

Finalmente, Prometeo fue liberado.  Una versión relata que Heracles fue su salvador, otra cuenta que el mismo Zeus le indultó.  Sea como fuere, cuando Zeus quiso abordar a la ninfa Tetis, Prometeo, desde el Cáucaso, advirtió al padre de los dioses:

                -  El hijo que esta ninfa traiga al mundo será más fuerte y poderoso que su padre.

Zeus renunció a Tetis.  En agradecimiento a su advertencia, le arrancó las cadenas de Prometeo y le dejó libre.

Al parecer, es de Prometeo de quien procede el dicho:  “No aceptes ningún regalo de los dioses”.  Tenía un hermano, Epitemeo.  Prometeo significa “el que reflexiona con antelación”, y Epitemeo “el que reflexiona con posterioridad”.  Un día, Zeus regaló una mujer a Epitemeo:  Pandora.  Hefesto la había creado según el modelo de Afrodita.

Prometeo dijo a su hermano:

                -  No la aceptes.  De los dioses no hay que aceptar ningún regalo.

Pero Epitemeo aceptó el regalo divino, porque Pandora era tan bella como la diosa del amor.  Traía consigo una caja.  En esta caja se encontraban todos los sufrimientos que apremiaban por salir al mundo para atormentar a los seres humanos.

Prometeo dijo a su hermano:

                -  Deja cerrada la caja de Pandora.  ¡No la abras!

De nuevo, Epitemeo desoyó el consejo de su hermano.  Abrió la caja y los sufrimientos volaron rápidamente.  Prometeo volvió a cerrarla, pera ya era tarde.  En el fondo de la caja no quedaba más que la esperanza que había permanecido sin poder salir.

De entonces acá, la esperanza fue administrada por Prometeo.  La custodió y nunca dejó que sus criaturas la percibirán completamente.  La esperanza es una medicina muy fuerte.  En su forma pura, sin diluir, puede hacernos daño.  Por eso Prometeo cuidó mucho de que la esperanza no fuese administrada sin el recuerdo.

De modo que Prometeo ha tenido que esforzarse mucho por salvar a sus criaturas a través de días y horas, años y siglos.  Y ni siquiera recibió las gracias por ello.  Me corrijo: ni a un dios ni a un titán se le ha escrito una poesía tan brillante como la que antes he citado.  Goethe ha saldado una pequeña parte de nuestra deuda para con Prometeo.

 

(Fragmento extraído y transcripto de: “Breviario de mitología clásica” Michael Köhlmeier, Editorial Edhasa, Capítulo “Dioses y humanos”)