CLASICISMO y NEO-CLASICISMO

 

Clasicismo (arte y literatura), término que se emplea, en sentido estricto, para designar el arte y la literatura de Grecia y Roma, o cualquier manifestación similar en su estilo o calidad.

 

LA ÉPOCA CLÁSICA

 

Se da el nombre de clásicas a ciertas cualidades de fondo y de forma que hacen a un escritor o a una obra moderna, digna de ser estudiados y de servir de base a la formación literaria.

Con el título de época clásica  designamos aquí el período de la literatura europea a  que se reconoce por excelencia ese carácter, y que se extiende, aproximadamente, desde mediado del s XVII hasta las postrimerías del XVIII, en cuyo momento hacemos empezar la Edad Moderna.  El primero de estos límites varía mucho, según las naciones e incluso según los escritores.   Este período prolonga el del Renacimiento  con transiciones frecuentemente insensibles, no obstante lo cual tiene sus caracteres privativos, perfectamente trazados.

 

EL MEDIO SOCIAL Y MORAL

 

La época es una época esencialmente monárquica.  Los grandes señores, las minúsculas cortes cultas del Renacimiento desaparecen ante las cortes de Madrid, de Versalles, de Viena.   El monarca es el único dispensador de favores y, directamente o por mediación de sus ministros, el único Mecenas de sus Estados.

La corte de Luis XIV, en la segunda mitad del siglo XVII, es el perfecto ejemplo del espíritu monárquico en la literatura.  Incluso cuando la acción del monarca es menos importante, la literatura está centralizada en unas cuantas capitales:  París y Londres son los focos intelectuales de este período.  Como consecuencia de ello, la vida del escritor aparece menos dispersa, es menos inestable, más sedentaria.  El escritor es más independiente, se vas más considerado; en el siglo XVIII llega a ser a las veces una potencia social.  Si no es un cortesano, por lo menos frecuenta salones, novísima institución que desempeña un gran papel literario:  los salones sirven de cuna a determinados géneros y ejercen su influencia en casi todos.  Dice Paul Van Tieghem “Gracias a ellos impone las mujeres su gusto, que suaviza y depura las letras, pero que a veces les da un tono empalagoso;  merced a ellos se desarrolla, sobre todo en Francia, la afición al análisis delicado de los sentimientos;  por obra suya, la literatura se torna sociable, elegante, finamente ingeniosa, y es cada vez menos osada, tosca y popular.”[1]

 

En casi todos los países se multiplican la Academias literarias, que contribuyen a hacer reinar en la república de las letras mayor cortesía y urbanidad, a hacer preferible la elocuencia mesurada, la poesía discreta.  La Academia francesa, fundada por Richelieu en 1635, posee en este respecto importancia única:  atrae a los escritores que obedecen al ideal  clásico, y aparta a los otros; instituida para criticar y dar leyes, se contenta las más de las veces con servir de santuario a las tradiciones y al buen gusto.  Fuera de Francia hay multitud de sociedades literarias independientes, mucho más importantes que las Academias creadas por el Estado.  Así la  Arcadia, fundada en Roma en 1690;  es una sociedad cuyos miembros toman nombres de pastores griegos; ha hecho mucho por poner de moda, durante todo un siglo, una poesía de afectada sencillez, melindrosa y ñoña.  Su éxito fue inmediato y prodigioso;  le nacieron

 

sucursales en casi todas las ciudades italianas, y en España, en Portugal y en Brasil fueron creadas varias Arcadias rivales.

Las Universidades, en cambio, aun no desempeñan más que un  papel reducido, salvo en Alemania y en los países escandinavos, en el siglo XVIII.  Desaparece el tipo de humanista del Renacimiento;  el escritor es erudito o puramente literato.

 

El público, cada vez menos aristocrático y más burgués, está formado casi exclusivamente por las clases más instruidas de la sociedad.  Los autores escriben para un hombre provisto por su educación de una cultura clásica suficiente, civilizado por el trato de la buena sociedad, que busca en las letras goces tranquilos y sanos, una distracción “de buena ley”, un aliento para su vida intelectual y una guía para su vida moral.  Las letras, incluso cuando no aspiran aparentemente más que a entretener al lector, cobran un carácter sensato y útil.   La literatura clásica no educa al individuo contra la sociedad;  lo que hace es enseñarle el lugar que puede tener dentro de esa sociedad.  Sus críticas son limitadas y no apuntan a destruir;  respeta el orden establecido y se complace en él; es conservadora de igual suerte que es afecta al régimen establecido.

 

Asimismo presenta una vigorosa unidad religiosa y moral.  Católicos y protestantes, los dos grupos de Estados en que se divide la Europa occidental y central gozan desde mediados del siglo XVII de una paz religiosa relativa.  Pero la religión del príncipe es la de sus súbditos:  no hay ninguna tolerancia en los países católicos, y aun en los protestantes se impone a todos el cristianismo.   La libertad de la literatura se halla, por tanto, limitadísima en este respecto.  Lo mismo ocurre en lo que a las costumbre se refiere.  Al salir del Renacimiento nos encontramos en una atmósfera moral completamente diferente.  La nueva sociedad exige cierta decencia en los modales y en el lenguaje, y excluye la grosería. La literatura clásica es, en general sinceramente cristiana y respetuosa con la moral.

 

CARACTERES GENERALES DE LA LITERATURA CLÁSICA

 

El objeto esencial de esta literatura es el hombre, no los demás seres vivos ni las cosas, porque el hombre, al llegar a cierto grado de madurez intelectual, sólo se interesa por el hombre.  Pero aun éste no constituye un objeto digno de la literatura si no se estudia en él el alma, y no el ser exterior, el traje, el cuerpo;  esta época, bajo la influencia del cristianismo depurado y del la filosofía de Descartes, es extremadamente espiritualista.  Fuera del fondo permanente del alma humana, todo lo demás es superficial, efímero y cambiante.  Pero el lector o el espectador no se interesa por cualquier linaje de hombres:  se le presentará al hombre contemporáneo, noble o burgués, suficientemente culto, el hombre que forma parte de la sociedad; a él se añadirán algunos griegos y romanos, con los que ha familiarizado al lector o espectador la tradición escolar, porque el hombre civilizado es más o menos el mismo en todas las grandes épocas.  La literatura clásica casi no concede,  por tanto,  ningún lugar al salvaje, al  bárbaro, al campesino, al niño, esbozos o pruebas fallidas de la obra de arte que es el hombre.  Deja deliberadamente a un lado el traje, la decoración, el color local.  No le interesa ni la Edad Media, que tiene por grosera, ni las tierras exóticas que obligan a alejarse demasiado del país propio.  Ni siquiera es muy nacional, pues es ante todo humana.  Quiere ignorar la naturaleza exterior, y aun el simple campo;  esta omisión, tan característica de la época clásica, aparece menos acentuada en Inglaterra, donde no se ha agotado nunca del todo cierta vena rústica.

 

Pero no se observa al hombre moral por gusto de conocerlo o de describirlo bien; ni el análisis científico ni la concepción del arte por el arte reinan en la época clásica.  Todo escritor digno de este nombre se propone un fin moral;  hasta el autor dramático o el novelista estudian al hombre únicamente para enseñarle a conocerse a sí mismo, y que pueda perfeccionarse.  Esta concepción moral impera, sobre todo, en Francia y en los países protestantes.  De ahí también esa impersonalidad que aísla tan claramente a la época clásica, entre el Renacimiento y el Romanticismo. No es que los escritores no hablen de sí mismos;  lo que ocurre es que sólo se admite que puedan presentar al lector su persona literaria; fuera de ésta, nada tiene que ver el lector con el ser íntimo de los escritores, con sus flaquezas o con sus misterios.  La literatura es una conversación agradable, pero útil y decente, en que estaría fuera de lugar revelar intimidades propias y confesarse.  Todos estos rasgos reunidos dan una impresión de equilibrio y de salud moral, conseguidos a costa de simplificaciones y limitaciones que la época siguiente habrá de suprimir.

 

La época clásica alardea ante todo de seguir a la Naturaleza;  es decir, de atenerse a la verdad que la observación depara:  es una literatura francamente realística.  El arte debe agradar por su semejanza con la realidad:  nada de énfasis, de sutilezas, que deformen la realidad.  Los antiguos siguen siendo venerados como los únicos modelos;  pero en mayor medida aún que en la época renacentista, se elige entre ellos:  sólo se admira a los verdaderos maestros, y se les imita con mayor discreción.  Más tarde, los escritores antiguos, principalmente los griegos, pierden terreno en ciertos puntos;  casi en todas partes, a fines de la época clásica, los autores antiguos, por ejemplo en poesía, se reducen a Virgilio y a Horacio.

El guía infalible y suficiente del escritor es la razón;  como punto común a todos los hombres – que se diferencian en cambio, en la imaginación y en la sensibilidad -.   Nada de fantasía caprichosa, de imaginación ensoñadora, de perturbadores misterios:  las preferencias de la época van exclusivamente a lo racional, a lo justo, a lo sano.  La razón aplicada al arte es el gusto;  refrena los descarríos del genio, elimina cuanto es capricho de un momento, osadía fuera de lugar, todo aquello que no ofrece un valor duradero y aceptable por todos.

El estilo clásico tiene más de claro que de impresionante, es un estilo castigado, correcto, en verso lo mismo que en prosa.  En ninguna parte han sido concebidos y formulados estos principios del arte con mayor claridad y precisión que en Francia desde 1655 a 1695; hacia 1660, sobre todo, se forma una verdadera escuela, compuesta por La Fontaine, Moliere, Boileau y Racine, que paralelamente a Pascal y a Bossuet, hacen que reine el ideal clásico sobre las ruinas de los preciosistas.

 

(Ejemplo:  Moliere)

 

ACERCA DEL TÉRMINO CLÁSICO  

Los términos clásico y clasicismo describen el estilo, el periodo histórico o la calidad de una obra literaria, artística o musical. Originalmente se asociaban con la cultura griega y romana, pero con el paso del tiempo también se usan para determinar los periodos clásicos, entendidos, como excelsos, de cualquier cultura. Así se puede hablar de literatura clásica española para referirse a autores como Garcilaso de la Vega (renacentista) o Luis de Góngora (barroco). Clásicos son también en la literatura italiana Dante (siglos XIII y XIV) y Ludovico Ariosto (siglos XV y XVI). En la literatura inglesa, el cetro del clasicismo correspondería a William Shakespeare (XVI y principios del XVII); en la francesa a Moliere, Jean Baptiste

Racine y Pierre Corneille, los tres de bien entrado el siglo XVII, y en la rusa el periodo clásico está representado por el realismo del siglo XIX con Fiódor Dostoievski o Liev Tolstói. Por lo tanto, queda claro que el término clásico se emplea principalmente para referirse al estilo o periodo de una obra creativa, reconocida como modelo artístico o como creación de relevancia y valor cultural intemporales.


 

[1] Van Tieghem, Paul;  Compendio de historia literaria de Europa.