AMOR

 

La Real Academia define “amor” como:

(Del lat. amor, -ōris). m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. || 2. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear. || 3. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo. || 4. Tendencia a la unión sexual. || 5. Blandura, suavidad. Cuidar el jardín con amor. || 6. Persona amada. U. t. en pl. con el mismo significado que en sing. Para llevarle un don a sus amores. || 7. Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella. || 8. p. us. Apetito sexual de los animales. || 9. ant. Voluntad, consentimiento. || 10. ant. Convenio o ajuste. || 11. Relaciones amorosas. || 12. Objeto de cariño especial para alguien. || 13. Expresiones de amor, caricias, requiebros. || amor libre. m. Relaciones sexuales no reguladas. || amor platónico. m. amor idealizado y sin relación sexual. || amor propio. m. El que alguien se profesa a sí mismo, y especialmente a su prestigio. || 2. Afán de mejorar la propia actuación. ||

 

Se usa el término “amor” para designar actividades, o el efecto de actividades, muy diversas; el amor es visto, según los casos, como una inclinación, como un afecto, un apetito, una pasión, una aspiración, etc.  Se habla de muy diversas formas del amor: amor físico, o sexual;  amor maternal;  amor como amistad;  amor al mundo;  amor a Dios, etc.  Abundan los intentos de clasificar, y ordenar jerárquicamente, las diversas clases de amor, así como los autores que escriben al respecto.

 

Amor platónico

 

El Amor platónico es una de las expresiones imprecisas en las cuales se concede una importancia más espiritual que sensual al amor. Propiamente hablando, es una elevación filosófica de la manifestación de una idea hasta la contemplación de la misma, que varía desde la apariencia de la belleza hasta el conocimiento puro y desinteresado de su esencia. Es una forma de amor y amistad en que no hay un elemento sexual.

A partir de la belleza de las cosas materiales, la mente pasa a la belleza de los cuerpos humanos; luego, a la belleza de la bondad; de ahí a la belleza de las ideas, para finalmente llegar al conocimiento y amor de la belleza absoluta, que es Dios. Los neoplatónicos renacentistas establecieron una concepción del amor humano ideal. Castiglione y Bembo, desarrollaron el concepto de “amor platónico”, según el cual un hombre supera la sensualidad cuando su razón le hace comprender que la belleza es tanto más perfecta cuanto más apartada está de la materia corruptible. A través de este conocimiento, el amor se transforma en un afecto platónico, que es la unión exclusiva de la mente y la voluntad de ambos amantes. Este mutuo afecto conducirá a ambos a la contemplación de la belleza universal y, por tanto, a la contemplación de Dios. La belleza corpórea no es bella en sí misma, es la imagen o reflejo de la belleza espiritual, el alma humana debería aspirar a conocer y amar esa belleza esencial. Por eso, el amor a la belleza física es un paso hacia el objetivo final de unión con la belleza última y única real de lo sagrado. De esta idea se desprende que esta concepción filosófica del amor ideal ofrece una justificación para centrar los valores de la vida exclusivamente en el amor humano que es legado de Dios, sin considerar todos los demás valores. La tragedia está en que en la naturaleza del hombre la materia se combina con el espíritu, por lo que este es fuertemente impulsado a romper el círculo cósmico del amor, quedando anclado en un amor imperfecto e inferior.

Platón desarrolla un análisis a propósito del amor. Para este filósofo el amor no es ni bello ni bueno, sino que es sed de belleza y de bondad. El amor, pues no es un Dios (Dios es, solo y siempre, bello y bueno),pero tampoco un hombre. No es mortal, pero tampoco es inmortal: es uno de aquellos seres demoníacos intermedios entre el hombre y Dios. Aquello que los hombres acostumbran a llamar amor no es más que una partícula del verdadero amor: este consiste en el deseo de lo bello, del bien de la sabiduría, de la felicidad, de la inmortalidad, de lo Absoluto. El amor conduce a diversos caminos que nos llevan a conocer el bien (toda forma de amor es deseo de poseer el bien para siempre). El verdadero amante es aquel que recorre todos esos caminos hasta el final, para alcanzar la visión suprema, es decir, hasta llegar a la visión de lo que es absolutamente bello. Los caminos que propuso Platón para llegar a conocer el bien son los siguientes:

 

Amor cortés

 

El amor cortés es una filosofía del amor que floreció en la Provenza francesa a partir del siglo XI.

La teoría del amor cortés supone una concepción platónica y mística del amor, que se puede resumir en los siguientes puntos:

 

El petrarquismo: la idealización del amor

 

La concepción del amor en el Renacimiento y que tendrá una continuidad en el Barroco, tiene como punto de partida a Tetrarca, poeta italiano del siglo XIV, quien en su poesía amorosa, canta a Laura, una mujer casada que nunca le correspondió, pero a la que siguió amando incluso después de muerta.

Tetrarca reúne dos filosofías del amor muy próximas: el amor cortés y el neoplatonismo.

Amor cortés: es un amor imposible, inalcanzable, dirigido a una dama a la que se considera superior, a la que se diviniza y con la que se establece una relación de vasallaje;  es un amor no correspondido, que nunca puede consumarse, por lo que está condenado a permanecer secreto.  El rechazo de la amada produce un intenso dolor en el enamorado, sufrimiento al que se une una cierta complacencia en el goce de amar, dado que el amor ennoblece.  Será, pues, un sentimiento lleno de contradicciones, como queda reflejado en gran número de poemas.

Neoplatonismo: Según esta filosofía, el mundo es un reflejo de la belleza suprema, y el hombre, desterrado en el mundo, debe aspirar a alcanzar la absoluta felicidad, una anticipación de la gloria divina a través del amor y de la contemplación de la belleza.  Así, el amor es un camino que conduce hacia Dios, una fuerza que eleva a lo absoluto, a la verdad suprema.

 

Ambas tradiciones comparten como tema central la idealización del amor, sentimiento supremo;  de esta idea principal se desprenden otros temas íntimamente relacionados con ella, que aparecerán: la idealización de la amada, el sufrimiento del enamorado, el goce de amar, el amor sensual frente al amor ideal, el amor divino.

 

ü      La idealización de la amada: la belleza es un reflejo de la belleza y de la armonía divina, por ello, uno de los primeros tópicos de la poesía amorosa es la contemplación de la amada que supone una forma de elevación espiritual hacia Dios, una anticipación de la gloria divina. 

ü      El sufrimiento del enamorado: el desdén o la ausencia de la amada provoca el sufrimiento del enamorado.  La mayoría de los poemas de amor de estos siglos reflejan ese sentimiento de dolor, que se acentúa sobre todo en el Barroco, donde amor llega a identificarse con sufrimiento, si bien en otros poemas se convierte en el elemento que da sentido a la vida, que la suaviza ante la inevitable llegada de la muerte. Ese sufrimiento puede estar motivado por diferentes causas: el rechazo amoroso o la falta de esperanza;  la muerte de la amada;  el engaño.

ü      El goce de amar: siguiendo el modelo petrarquista, es necesario sufrir para alcanzar la dicha de amor.  El amor se convierte en la razón de la existencia, y, por consiguiente, de todas las alegrías y pesares que ésta encierra.  Es grande el dolor del desamor, pero es mucho más dolorosa la falta de este sentimiento.  Por ello, no hay que intentar escapar de ese goce-sufrimiento.

ü      El amor sensual frente al amor ideal: el amor petrarquista se basa fundamentalmente en un amor idealizado, imposible, debido a que la amada casi siempre es una mujer casada.  Pero al hombre renacentista, caracterizado por el vitalismo, le atrae también el goce sensual de la belleza de la amada, lo que provoca un conflicto entre deseo y razón, que conduce al dolor, al sufrimiento. 

ü      El amor divino: durante la segunda mitad del siglo XVI, en la época de la Contrarreforma, se incrementa la producción literaria religiosa con dos modalidades: la ascética y la mística.  La ascética representa el trabajo, el esfuerzo personal del hombre para alcanzar la máxima perfección del espíritu, la purificación moral, mediante el dominio de las pasiones y la práctica de las virtudes.  Y la mística plantea la purificación, pero no como fin en sí misma, sino con otro objetivo, la unión del alma con Dios.

 

EL HOMBRE Y EL AMOR ROMÁNTICOS

 

Un movimiento tan grande y complejo, tan rico en posiciones teóricas y en luchas literarias, y tan abundante en matices, exige una imagen sumaria y abarcadora que  facilite la comprensión.  Hablamos ya,   al pasar,    del hombre romántico. 

 

¿Qué significa ser romántico?  Se cree, habitualmente, que basta con el predominio de los sentimientos, con la exaltación de la vida afectiva, para merecer ese título.  No hay duda que el romántico es hombre de sentimientos, intensos siempre,  y a menudo avasallantes.  Pero es necesario analizarlos y entender de qué modo se organizan.  El romántico es tal, no por exceso de sentimientos sino por disponerlos de acuerdo con una especialísima estructura. 

En primer término el hombre romántico busca la libertad de sentimientos.  La vida de yo interior sólo puede existir en un ámbito de libertad absoluta donde nada trabe le juego desatado de sus pasiones.  Estas deben ser libres para expandirse por una Naturaleza a menudo divinizada;  para conocer todos los secretos de un universo cuya dimensión fundamental es el infinito;  y para aspirar perennemente a ese infinito en el cual se trasmuta su propio destino.  Libres frente al amor, potencia central del alma que arrastra tras sí todas las demás potencias y rechaza los convencionalismos, los prejuicios y las mezquindades.  Libres para erigirse hasta la estatura de esos Titanes de lo ideal, como Prometeo, y para manifestar la rebeldía debida contra las injusticias de una sociedad que progresa hacia un industrialismo perfeccionado y cruel.  Libres por sobre todas las cosas para crear obras artísticas sin las ataduras de la preceptiva y sin más normas que las dictadas por el genio –soberano en sus dominios-  y por la inspiración –fuente inagotable de hallazgos sobrehumanos.  El artista romántico –poeta, pintor o músico- generó las leyes de un nuevo etilo, contrapuestas a aquellas que el neoclasicismo del siglo XVIII y el rigor intolerante de la razón y el buen gusto habían difundido por Europa.  Y admitiendo que la Historia enseña el cambio perpetuo de las ideas y las sociedades, que no hay centros permanentes de donde emanen las reglas que encarcelen al espíritu,  reivindicó a la Edad Media como período propicio para la poesía y la aventura caballeresca, y reconoció la potestad de cada pueblo para convertir en arte elevado y noble sus modos particulares de expresión.  

El hombre romántico fue, más que un sentimental, un místico y un apóstol del sentimiento libre.  Se mostró individualista y rebelde, pero también popularista.  Padeció crisis de conciencia y se vio envuelto en hondas perplejidades metafísicas;  pero tuvo fe indeclinable en la necesidad de la creación artística, y convirtió a la Poesía en un absoluto capaz de sustituir a una divinidad cuestionada por una convulsa circunstancia histórica.

 

Tal individualidad debía resultar forzosamente inconformista.  El romántico lo fue en alto grado.  Valoró, o sobrevaloró, la realidad de su mundo interior, hasta borrar a veces las fronteras entre subjetividad y objetividad.  Vivió en el mundo como un exiliado;  exprimió los placeres con urgencia, como quien tiene las horas contadas; y cuando quiso revelar el tesoro de su intimidad halló (o creyó hallar) la incomprensión y la burla.  Entonces se refugió en sí mismo y convirtió su yo en ámbito de nostalgias, ensueños y melancolías.  Es decir, hizo de su alma un mundo en pequeño.  Estrictamente, un microcosmos.  Y aunque esto le convirtió en un solitario, no fue un hombre aislado ni separado de modo tajante de los demás.  Tampoco un evadido.  Ansió identificarse con el mundo circundante, con la naturaleza, con la amplitud misma del mundo, o sea, con el macrocosmos.

 

El deseo más profundo del hombre romántico se llamó deseo de identificación de todas las cosas, deseo de la unificación del mundo exterior y el mundo de sus propios sueños. Fue la aspiración de Fausto y la de los más notables escritores y poetas.  Fue la desmesura padecida en todo instante y vivida con pasión y encarnizamiento.  Pidió a la vida más de lo que tal vez la vida pueda dar.  Vivió insatisfecho y procuró sobrepasarse y excederse, seguro de que el ser humano está destinado a la superación constante de sus propios límites.  En ello residió su miseria, pero también su trágica grandeza.