EL ALBATROS (Charles Baudelaire)

 

Por divertirse, a veces, la gente marinera,

atrapa los albatros, grandes aves del mar,

que siguen, indolentes compañeros de viaje,

al navío que surca los amargos abismos.

 

Cuando apenas han sido dejados en cubierta,

los reyes del azur, torpes y vergonzosos,

sus grandes alas blancas tristemente abandonan

semejantes a remos, cayendo a sus costados.

 

¡Qué torpe y débil es el alado viajero!

¡Él, antes tan hermoso, cuán cómico y cuán feo!

Uno el pico le quema acercando una pipa,

otro renqueando imita, al cojo que volaba.

 

El poeta es igual a este rey de las nubes

que habita la tormenta y ríe del arquero;

exiliado en el suelo, en medio de abucheos,

sus alas de gigante le impiden caminar.

 

 

CORRESPONDENCIAS  (Charles Baudelaire)

 

Naturaleza es templo donde vivos pilares

dejan salir a veces sus confusas palabras;

por allí pasa el hombre entre bosques de símbolos

que lo observan atentos con familiar mirada.

 

Como muy largos ecos de lejos confundidos

en una tenebrosa y profunda unidad,

vasta como la noche, como la claridad,

perfumes y colores y sones se responden.

 

Hay perfumes tan frescos como carnes de niños,

dulces como el oboe, verdes como praderas,

y hay otros corrompidos, ricos y triunfantes,

 

que la expansión poseen de cosas infinitas,

como el almizcle, el ámbar, el benjuí y el incienso,

que cantan los transportes del alma y los sentidos.

 

 

 

       AL LECTOR (Charles Baudelaire)

 

                                    El error, el pecado, la necedad, la angurria,

ocupan nuestras almas, trabajan nuestros cuerpos,

y alimentamos nuestros blando remordimientos,

como los pordioseros nutren a sus gusanos.

 

Nuestros pecados, tercos;  nuestro arrepentir, débil;

con creces nos hacemos pagar las confesiones,

y volvemos alegres al camino fangoso,

creyendo nuestras manchas lavar con viles lloros.

 

Satanás Trimegisto, en la almohada del mal,

acuna largamente nuestro encantado espíritu,

y el precioso metal de nuestra voluntad

íntegro lo evapora este sabio alquimista.

 

¡Es el diablo quien tiene los hilos que nos mueven!

Atractivo encontramos en cosas repugnantes;

cada día al infierno descendemos un paso,

sin horror, a través de tinieblas que apestan.

 

Cual pobre depravado que besa y que devora

el seno flagelado de una antigua ramera,

robamos al pasar un placer clandestino

que muy fuerte exprimimos como naranja vieja.

 

Apretado, hormigueante, como un millón de helmintos,

un pueblo de demonios se harta en nuestros cerebros,

y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones

baja, invisible río, con apagadas quejas.

 

Si el estupro, el veneno, el puñal, el incendio,

no bordaron aún con graciosos dibujos

el banal cañamazo de nuestro ruin destino,

ay! es que nuestra alma no es bastante atrevida.

 

Pero entre los chacales, las panteras, las perras,

los buitres, las serpientes, los monos y escorpiones,

los monstruos gruñidores, aullantes, trepadores,

en el infame circo de nuestros propios vicios,

 

hay uno que es más feo, más malo, más inmundo!

Aunque no gesticule y ni gritos profiera,

haría con placer de la tierra una ruina

y en medio de un bostezo se tragaría al mundo;

 

¡Es el TEDIO! –  Los ojos cargados de un llanto involuntario,

él sueña con patíbulos, mientras fuma su pipa.

Tú conoces, lector, al monstruo delicado,

-          hipócrita lector, - mi prójimo – mi hermano!