LA LITERATURA DE KAFKA

          

 

Kafka gustaba de las palabras sencillas, nada grandilocuentes y se expresaba por medio de imágenes.  Hasta sus manifestaciones más abstractas, como las aforísticas, revisten esta cualidad.  Es un poeta en el más estricto sentido del término.  Prioriza la expresión frente a las ideas y alude más de lo que muestra. Su obra no ofrece mensajes, evade el didactismo y acepta múltiples interpretaciones;  jamás obliga a una.

 

Muchas veces inconclusos, sus relatos no “progresan”.  Los conflictos quedan pendientes y los personajes no evolucionan psicológicamente.  Gregorio Samsa involuciona en sus facultades psíquicas humanas pero mientras puede razonar sigue siendo un empleado de comercio, puntual y responsable.

 

El estilo de Kafka es en cierta manera clásico;  a veces no exento de frialdad.  De un modo muy peculiar, suele objetivar los sentimientos analíticamente.  No pertenece a ningún movimiento literario de su época aunque se acerca al expresionismo, en cuanto manifestación más cercana al sueño y a la imaginación que al mundo exterior.  Preferiblemente, puede adscribírsele al realismo mágico.  Esta corriente se caracteriza por manejar un elemento de la realidad fuera de su ámbito natural dejando incambiado el entorno.  Se mantienen las leyes naturales pero el conflicto surge de la relación entre el mundo “normal” y el elemento descolocado.  Así, un insecto es algo común y un joven también pero un joven convertido en insecto crea un llamativo espacio de absurdo.  La esfera del realismo mágico no es ilógica.  Se extraen conclusiones coherentes de una premisa inverosímil.

 

Bajo diferentes máscaras y situaciones, Kafka proyecta su propio yo.  Sus personajes carecen de rasgos individualizantes.  Apenas descriptos físicamente, o nada en absoluto, representan simples centros de imputación de normas ajenas y superiores a ellos.  Padecen el mundo, no lo crean y menos lo comprenden.  Rebeldes o resignados, bajo apariencia humana o animal están predestinados a ser acosados y morir,  corporal o espiritualmente.  El paisaje aparece en función de ellos, tan caótico e incomprensible como sus existencias.  Galerías, prisiones o tribunales enmarcan la asfixia de sus conciencias degradadas.

 

Casi toda la obra de Kafka procede de la introspección.  Desarraigada, sin una exacta ubicación de tiempo ni espacio, universal, alegórica, por momentos parece una pesadilla materializada.  El detalle se agranda, lo esencial huye.  Como acertadamente afirma Lancelotti:  “Con Kafka, se cumple el tránsito del misterio a lo absurdo”.

 

La prosa del autor checo, prácticamente no evoluciona.  Lo que escribe antes de morir se parece muchísimo a sus escritos iniciales, a los diecinueve años.  Su vida literaria da la impresión de haber nacido madura, rasgo que ostentan escasos genios artísticos.

Símbolo sin clave o alegoría de la nada, la obra de Kafka no puede reducirse a conceptos generales.

 

LA OBRA

 

Pocos autores se han dedicado a su obra en cuerpo y alma como lo hiciera Kafka.  Así lo consignan quienes lo conocieron y él mismo lo confirma en su Diario “... mi empleo me es insoportable porque a contra mi única necesidad y mi única profesión, es decir, la literatura.  Como no soy más que literatura y no deseo ni puedo ser otra cosa, mi empleo nunca podrá entusiasmarme, pero sí puede destrozarme por completo”.  Mas adelante agrega:  “Todo lo que no sea literario me aburre y lo aborrezco, pues me distrae y me incomoda, aunque sólo sean figuraciones mías”.

 

Esta imperiosa vocación nos sitúa frente a la consecuente interrogante:  ¿qué es la literatura para Kafka?  Tal vez, y sin tal vez, una sóla respuesta no agote la cuestión.  Brod esboza algunas contestaciones.  Por ejemplo, menciona esta concepción juvenil:  “Por literatura entendíamos entonces, de acuerdo a nuestro vocabulario a lo Flaubert, poesía verdadera”.  Más profundamente, el arte servía a Kafka para darle un sentido a su vida.  Aún desde un punto de vista religioso, el modo de crear kafkiano plantea una nueva cábala, una doctrina mística”.  El mismo Kafka, dialogando con Janouch, aporta pautas para una exégesis:  “El arte entraña siempre un lance en el que interviene la personalidad entera.  Por eso en el fondo es trágico”.  “La literatura es una descomposición, una disolución, un medio que facilita la vida inconsciente, un narcótico”.   “Las palabras son fórmulas mágicas”.  Edschmid habla de mí como si yo fuera un constructor.  Pero en realidad soy tan sólo un dibujante muy mediocre e imperfecto.  Edschmid dice que convierte en milagros los sucesos más corrientes.  Naturalmente, este es un error muy grande de su parte.  ¡Lo corriente es ya de por sí un milagro! Yo sólo lo retrato.  Es posible que también ilumine un poco las cosas como hace el electricista en un escenario en penumbras.  Pero esta imagen no es correcta.  En realidad, el escenario no está oscuro.  Está lleno de la luz del día.  Por ello los hombres cierran los ojos y ven tan pocas cosas!”  Así es la literatura.  Huída de la realidad”.  Pero ni siquiera esta profusión de acepciones y rasgos abarca el objeto a definir.  Gracias a la literatura, Kafka bucea en sus profundidades.  Encuentra un modo de conocerse a sí mismo;  su alivio y su cruz.  No puede vivir sin ella pero tampoco lo salva.  Se acerca a los “fines últimos” mas pierde los inmediatos.

Su literatura constituye sobre todo, y amargamente, una “tentativa de huir de su padre”.

 

Si Max Brod no hubiera traicionado  la voluntad de su amigo, hoy desconoceríamos las obras fundamentales de Kafka.  Este le había pedido que destruyera todos sus manuscritos, esperanzado en obtener un piadoso olvido.  Afortunadamente, la irrespetuosidad se consumó y las palabras sobrevivieron a su autor.

 

Así como Proust recuperó las sombras del pasado y Joyce eternizó el presente de un solo día, Kafka, el otro gran narrador de principios de siglo, echó luz sobre el futuro.  “El proceso”,  “En la colonia penitenciaria” y otros relatos, anticipan las pesadillas de las torturas, los campos de concentración y el aniquilamiento del hombre bajo estructuras burocráticas.  La realidad imita trágicamente al arte, reconstruye sus obsesiones, da razón al absurdo y sus temas circulares.

 

LA INCOMUNICACIÓN

 

Para Kafka, los hombres están esencialmente incomunicados.  Toda comunicación es aparente y se realiza a un nivel superficial, sin verdadera comunión.

De esa aseveración primaria se derivan todas las actitudes de sus personajes y los diferentes temas de sus obras.  En este sentido, el protagonista de sus narraciones es altamente antiheroico.  No sólo carece de cualidades excepcionales sino que presenta rasgos de insignificancia, entre los cuales la incapacidad para hacerse entender aparece como impotencia privilegiada.

 

En “La metamorfosis”,  Gregorio Samsa, ya convertido en insecto, emite un ruido animal que no es entendido por nadie.  “Pero Gregorio se hallaba ahora mucho más tranquilo.  Es cierto que no se entendían sus palabras, aunque a él le parecían bastante claras, más claras que antes, posiblemente a causa del acostumbramiento del  oído”. El avance en la incomunicación constituye el hilo argumental del relato.  El cuento “Una confusión cotidiana”, por ejemplo, determina una incomunicación esquematizada, reducida a su mínima expresión.  En la novela “El Castillo”, en cambio se desmenuza minuciosamente.  El principio de la ausencia de comunicación profunda jamás desaparece en Kafka.

 

LA SOLEDAD

 

A diferencia de la incomunicación, la soledad implica un sentimiento.  Brinda el móvil literario para el autor y caracteriza a los personajes principales sin excepción.  La pasión del hombre consagrado a una búsqueda interminable no es compartida por nadie.  Nadie sale de sí mismo ni auxilia desinteresadamente.  Proféticos del existencialismo, los personajes padecen sin prójimos y sin Dios a la vista:  “Gregorio no tenía más remedio que arreglárselas solo”.

 

 

LA POSTERGACIÓN INDEFINIDA

 

En el mundo kafkiano, nadie alcanza los objetivos que se propone.  De la discrepancia entre los proyectos trazados y las realizaciones concretas surge la angustia.  Pero la angustia adquiere en Kafka un funcionamiento peculiar.  Para alcanzar la puerta deseada, el personaje X debe atravesar otra.  Pero antes de llegar a ésta, hay otra y antes otra, y así indefinidamente.  En vez de acercarse a la puerta, X se aleja paulatinamente.  Por otra parte, nunca vio la primera puerta.  Sospecha su existencia, le han hablado de ella pero debe buscarla sin cesar.  Generalmente, lo empujan a hacerlo.  Josef K., protagonista de “El Proceso” sabe que ha sido acusado de algo que no conoce.  Intenta averiguar algo más pero una serie interminable de abogados, e intermediarios le impide siquiera llegar a conocer la causa.  Es ajusticiado sin saber por qué.  Tal vez expía la culpa radical que el hombre conlleva por haber nacido y que Kafka aceptaba como tal.

 

El agrimensor de “El Castillo” jamás es recibido en él ni conoce al Conde, misteriosa autoridad a la que todos aluden pero nadie ve.

Se podrían multiplicar los ejemplos.  Hay tantas postergaciones como fines se persiguen.

 

EL AMOR

 

Al no haber una íntima comunión entre los personajes, obviamente se añora el amor.  Algunos seres se entregan con autenticidad pero sin correspondencia.  Geor Bendemann, el único novio feliz de sus cuentos, es condenado a morir ahogado por su padre.  Exclama en voz baja:  “Queridos padres, a pesar de todo siempre os he amado” y se suicida.  Gregorio Samsa quiere a su familia pero está aislado de ella, aún antes de la metamorfosis.  Las relaciones amorosas en las grandes novelas no pasan de fugaces atracciones sexuales.

Kafka define al amor como:  “un delgado arroyuelo, inaccesible a la búsqueda, que brota de pronto en el instante de un instante”.

 

¿Puede imaginarse mayor inconsistencia?

 

 

AUTORIDAD Y JERARQUÍAS.  LA JUSTICIA

 

En las novelas kafkianas, las autoridades máximas nunca aparecen, como si el ser de las cosas, aquello que rige el universo fuera invisible a los ojos.  Ni el Conde de “El Castillo” ni la suprema corte de justicia de “El proceso” se dejan ver en ningún momento.  Retratos de jueces inferiores, fotografías borradas por el tiempo y vagas referencias aluden a un mundo más elevado e incognoscible.  Pero esto no impide que se lo convalide por la costumbre.  Todos viven como si existiera. Se establece una jerarquía de subordinados, más o menos respetados de acuerdo a su proximidad con los entes superiores.  Por supuesto, también existen autoridades visibles;  portadoras de un mandato supremo, como los guardias y verdugos de “El proceso” o con poder propio, como el padre de Gregorio Samsa.

 

A los jerarcas les está encomendado impartir justicia.  Sus criterios resultan tan desconocidos y arbitrarios que siempre culminan en un castigo sin explicaciones.  En definitiva, ningún poder jurisdiccional imparte justicia.  Se le parodia absurdamente, nada más.

 

ZOOMORFISMO

 

Muchas veces las conciencias dolientes de los personajes kafkianos habitan cuerpos animales.  Un insecto indefinido (“La metamorfosis”) un topo (“La madriguera”) un caballo (“El nuevo abogado”) un ratón en un pueblo de roedores  (“Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”) una multitud de chacales, un perro, etc. Protagonizan varios relatos.  A estos habría que agregar objetos animados como el extraño hilo de un carretel y un puente (“Odradek” y “El puente”).  También hay un proceso de humanización;  el de un mono que se convierte psicológicamente en hombre (“Informe para una academia”).

Todas las animalizaciones se caracterizan por una total ausencia de libertad.  El animal cumple una penosa función o se degrada sin poder mejorar su condición.  Aún este principio se cumple para el caso del simio humanizado.  “No, yo no quería libertad” declara “Quería únicamente una salida:  a derecha, a izquierda, adonde fuera”.  La imposibilidad de poder elegir impide a su vez que se trate simplemente de hombres disfrazados de animales.

Limitado se encuentra el destino de estos seres, fatalmente concluido y degradado.  Esto no significa que animales y objetos procedan del mundo exterior.  Su origen es interior, tanto que Marthe Robert ha señalado:  “En cualquier instante pueden delatar su origen pues se hallan empapados de un invisible sufrimiento que los traslada, los anima, los arroja al interior de un círculo mágico, de donde ninguna palabra puede hacerlos escapar.”

Excusan a Franz Kafka de presentarse a declarar.

 

ALIENACIÓN

 

Es el fenómeno de extrañeza ante un mundo que resulta ajeno.  El mundo se vuelve contra el ser humano, inhabitable, incomprensible.  En vez de rodeado de afectos, el hombre queda atrapado en una telaraña de objetos que lo hacen infeliz.

Gregorio Samsa se halla doblemente alienado.  Vive obsesionado por un trabajo invencible y su familia lo trata como a un extraño hasta su muerte.

 

 

 

LA METAMORFOSIS

 

ANTECEDENTES

 

Uno de ellos lo encontramos ya en el sentimiento de “parásito” plasmado en la “Carta al padre”.  También la primera versión del relato “Preparativos de boda en el campo” decía:  “Cuando estoy en la cama me parece tener la silueta de un coleóptero, sí.  Y luego me las arreglo para hacer creer que se trata de un sueño invernal y aprieto mis patitas contra mi vientre inflamado”.  Cuando el padre de Kafka quería subestimar a alguien lo comparaba con insectos. 

El sentido peyorativo de la palabra insecto caló hondo en Kafka.  El domingo 17 de noviembre de 1912, apenas despierto, ya rondaba en su cabeza la primera famosa oración de su relato.  La elaboración de su obra le llevó veinte días, intercalada con la redacción de “América” y varias cartas a Felice.  Esto habla de la inspiración de aquellos días dedicados a la literatura.

 

EL GÉNERO

 

“La metamorfosis” ha dado lugar a tantas y tan disímiles interpretaciones que ni siquiera se puede afirmar con certeza el género al que pertenece.  Teniendo en cuenta que todos los elementos narrativos cooperan con un argumento único, unificador y dependiente de un hecho ya ocurrido (la metamorfosis) se puede definir este relato como cuento.  Esto no invalida el aporte de otros enfoques como el de Haymann:  “Kafka está haciendo una alegoría de la relación con la familia, a partir de su sentimiento de que es una decepción, un fardo”.  Desde el punto de vista psicológico, tan frecuentado por los críticos, “La metamorfosis” recrea la situación familiar de Kafka.  El poco comprensivo padre de Gregorio encubriría a Hermann Kafka, la madre a July Löwy y la hermana a Ottla.  Sin dejar de reconocer lo atinado de la analogía, tal postura no agota las posibles interpretaciones.  Y evade la cuestión fundamental;  el valor poético de la narración kafkiana.  Dada la teatralidad general del relato y su desarrollo que despierta compasión y rechazo a la vez, no parece aventurado catalogarlo de “tragedia de la soledad”.

“La revelación de “La metamorfosis” no está ligada al fenómeno mágico descripto con ese nombre” – fundamenta Marthe Robert – sino a la realidad de una soledad en parte deseada (la metamorfosis es el resultado de un deseo)  en parte impuesta desde el exterior (por la maldición de la familia) que mutila al ser espiritual del héroe y finalmente lo mata”.  Aquí no hay dioses que condenen pero sí una fatalidad radical, una desgracia irreversible que conduce a la soledad y a la muerte.  De acuerdo con esta visión, la peripecia;  el suceso que cambia el desarrollo de los acontecimientos;  se ubicaría al comienzo de la obra.  También se ha visto a “La metamorfosis” como una gigantesca parábola y una novela corta. 

 

 

TEMAS

 

Prácticamente, todos los temas de la narrativa kafkiana aparecen en el relato.  La incomunicación y la soledad, la autoridad y el zoomorfismo, la triplicación de personajes y la alineación conviven en estrecho contacto.  A ellos hay que agregar un tema específico de este cuento:  la identidad.

 

El tópico de la identidad, característico de nuestro siglo, empalma con el de la alineación, su contrafigura predilecta.  La naturaleza dual de Gregorio (conciencia humana en cuerpo animal) evocan la personalidad fragmentada del hombre contemporáneo.  La mecanización creciente y la obsesión productiva hacen que el individuo no sea él mismo.  Lo deshumanizan, lo degradan, lo “gregorizan” sin pausa, Kafka no propone un modelo sustitutivo pero muestra la pérdida de identidad.  El clímax de este proceso se alcanza cuando la hermana acepta la monstruosidad del insecto, poco antes de su muerte.  El padre asiente y la madre calla.  Se perfecciona de este modo la alineación del protagonista.

 

¿CUÁNDO COMIENZA LA METAMORFOSIS?

 

El episodio central que desencadena los sucesos restantes ocurre al comienzo de la obra.  De improviso nos hallamos ante el absurdo.  Gregorio Samsa se encuentra convertido en “monstruo insecto” después de un sueño agitado” y a partir de allí, nuestra complicidad de lectores crea también la obra.  Al igual que en “El proceso” esa zona fronteriza entre el sueño y la vigilia esconde la quiebra del realismo.  La figura parece surgir del inconsciente y aunque se aclara de inmediato:  “No.  No era un sueño”, la vigilia se trasforma en pesadilla;  segunda y extraña metamorfosis.

 

El juego de espejos, sin embargo, no se detiene allí.  Cuando se recupera anafóricamente el pasado de Gregorio y nos enteramos por la madre de su grado de alineación y soledad:  “El muchacho no tiene en la cabeza otra cosa que la tienda.  Hasta ya casi me fastidia que nunca salga de noche...  Se sienta con nosotros a la mesa y lee tranquilamente el diario o estudia itinerarios”;  cuando el propio viajante piensa:  “...uno y otro día de viaje...  La agitación es mucho mayor cuando se trabaja afuera que cuando se trabaja en la misma casa, y además esta plaga de viajes que me ha sido impuesta, más la preocupación por la combinación de los trenes, la comida mala e irregular;  las relaciones humanas, siempre cambiando, nada duran y jamás llegan a ser cordiales”:  cuando captamos a Gregorio aislado del mundo y de la familia;  una vez que percibimos su incomunicación esencial se revela un fenómeno nítido.  ¡La metamorfosis empieza mucho antes del comienzo de la narración!  En vísperas de su transformación física, Gregorio ya es un extraño para la sociedad y para su familia.

 

La metamorfosis no representa más que la última etapa de un proceso gradual de deshumanización, su fase adulta y objetiva.  De este ciclo ignoramos ciertamente la gestación pero conoceremos el desenlace:  la muerte del protagonista.

 

“La metamorfosis” plantea un tipo de narrador omnisciente, que capta tanto el interior de los personajes “lo que ocurre dentro de ellos”, como lo exterior.  La exposición de los hechos es directa;  sin intermediarios;  y estrictamente objetiva.  El mundo de pesadilla, fantasmagórico encierra detalles realistas que agudizan el extrañamiento.  La descripción minuciosa del cuarto de Gregorio, por ejemplo, oficia de retardo al asedio de la acción.

 

Las primeras reacciones del protagonista son de sorpresa, de incredulidad:  “¿Qué pasaría – pensó – si durmiese aún otro poco y me olvidara de estas extravagancias?”  En realidad, a lo largo del relato Gregorio nunca acepta explícitamente su transformación;  a lo sumo se refiere a su “situación actual”, se resigna a ella y jamás se horroriza.  Siempre piensa como un ser humano.  Su máxima preocupación inicial consiste en su tardanza en llegar al trabajo y no en afrontar su monstruosidad.  Menos se preocupará, por supuesto, en superarla.

 

Con la metamorfosis se produce una inversión de gustos y funciones.  Antes del cambio, Gregorio solía dormir sobre el lado derecho;  ahora no puede adoptar esa postura.  La leche deja de ser su bebida predilecta para ceder su lugar al queso y las legumbres podridas.  La degradación en sus gustos metaforiza su decadencia vital.

 

A medida que transcurre la obra escasearán cada vez más los monólogos interiores, Gregorio pierde el apetito y el interés por las cosas.  Su única cualidad inalterada es el cariño por la familia, reiteradamente expresado.

 

La interpolación de sucesos precedentes al relato cumple una doble  función:  crea expectativa respecto a lo que ocurra al insecto e informa sobre su vida pasada.  Gracias a ese procedimiento conocemos la soledad antigua de Gregorio.  Se sabe que buscaba su soledad (no salía de noche porque no quería) y la padecía (la plaga de viajes le había sido impuesta).  Trabaja para pagar una deuda contraída por sus padres y calculaba que lo lograría en cinco o seis años.  La asfixia económica también comporta alienación.  La distancia entre el sueño de liberarse de la deuda y su nueva realidad provoca angustia.  Igual ocurre con la marcha del reloj, inexorable heraldo de la llegada tarde e inútil en el mundo del insecto.

 

Kafka dividió originalmente su narración en tres partes.  De ese modo, la anécdota ganó en desenvoltura y agobio.  Desde el punto de vista episódico, sin embargo, admite una división mayor.  Dentro de la trilogía de capítulos, un esquema general incluye:

 

I

 

1.     Metmorfosis

2.     Gregorio en su cuarto

3.     Fuera de su cuarto

4.     Retroceso frente al padre

 

II

 

5.     Primera noche del insecto

6.     Escena de la sábana sobre el sofá

7.     Retiro de los muebles

8.     Episodio de los manzanazos

 

III

 

9.     Decadencia familiar y de Gregorio

10.  Los huéspedes.  Escena del violín.

11.  Muerte de Gregorio

12.  Recuperación de la calma.  Esperanza

 

Metamorfosis

 

Este suceso, -centro neurálgico del relato- se prepara durante el pasado de Gregorio Samsa y se proyecta en cada episodio posterior.

No se precisa con certeza en qué insecto se convierte.  Híbrido de escarabajo, cucaracha y ciempiés, su atributo relevante es la monstruosidad, aceptada incluso por su familia.  Despierta repugnancia y asco, realzados por su naturaleza indeterminada que habilita la fantasía del lector.

 

Gregorio en su cuarto

 

Este pasaje puede subdividirse a su vez en dos partes.  En la primera, constituída por las consideraciones del protagonista sobre su trabajo y las posibilidades de tomar el tren;  se ha asumido con naturalidad el absurdo.

La segunda parte implica la aparición de la familia en escena.  Esta presencia se capta auditivamente a través de la puerta que parece un personaje más;  intercede y oculta a la vez.

Las primeras palabras de cada miembro de la familia y el tono de voz demuestran sus diferentes psicologías.  El impersonal llamado de la madre, que pese a todo suena “tan dulce”, contrasta acentuadamente con la espantada voz de Gregorio.  Ambos difieren a su vez de la impaciente y “más grave” voz el padre.  La hermana habla en voz baja, preocupada por la salud de Gregorio.

 

Cariño sin acercamiento de la madre, conciencia plena del insecto por parte del padre y buena disposición inicial que deriva en profundo rechazo más adelante, pautan las conductas de los familiares del (ex) viajante de comercio.

 

El mundo sobrenatural se conecta tangencialmente con el cotidiano, delimitándose sus espacios de actividad;  el cuarto y la sala.  Cualquier intento de penetración en la esfera “normal” por parte de Gregorio es repelido violentamente.  La separación ambiental pervierte la comunicación.  Si a ello le sumamos la utilización de códigos distintos;  un pitido frente a voces humanas;  se comprende el conflicto esencial.

 

La presencia del encargado aquilata la desconfianza de la empresa hacia sus empleados:  “...el jefe me sugirió una posible explicación de su negligencia:  se refería al cobre de dinero que se le confió a usted recientemente...”.  Porta un símbolo de autoridad;  las botas de charol, pero como muchos personajes secundarios de Kafka, refleja un poder más grande que el suyo.  Obliga a la primera salida de Gregorio, promotora de un escándalo de reacciones.

 

Fuera del cuarto

 

Desde el desmayo de la madre, pasando por la sorpresa del encargado hasta el puño amenazante del padre, la aparición “pública” del insecto no provoca más que rechazo.  Resulta elocuente el encadenamiento de símiles:  “el encargado (retrocede) lentamente, como si una fuerza invisible lo empujara sin interrupción”;  el padre cierra el puño “como si quisiera obligar a Gregorio a retroceder al interior del cuarto”.  Cuando el encargado se escurre buscando la puerta “lo hacía muy lentamente, como si una secreta prohibición le impidiera abandonar el recinto.”

En el recibimiento “extendió su mano derecha como si verdaderamente esperara allí la salvación milagrosa”.  En los casos de utilización del condicional se plantean hipótesis inverificables objetivamente.  Se trata de comparantes de subjetividad sobre objetos invisibles, poco frecuentes en literatura.

 

Retroceso ante el padre

 

La violación del mundo convencional por parte de Gregorio es duramente reprimida.  No constituirá el único retroceso doloroso de la obra;  por el contrario, integra una importante tríada de repliegues.  El padre no sólo ataca el cuerpo de su irreconocible hijo;  agrede por sobre todas las cosas su voluntad de vivir.  Los instrumentos que esgrime comportan una alusión al trabajo (el bastón pertenece al encargado) a la sociedad (el periódico) y por supuesto a la familia, bajo la faz de su jefe supremo.  Sencillamente, el periódico fue esgrimido por Hermann Kafka en rencillas domésticas reales.  “La metamorfosis” no es una confesión familiar pero sí una “indiscreción”.

 

Primera noche del insecto

 

En estas secuencias se desarrollan las derivaciones iniciales de la metamorfosis.  El cambio en los gustos de Gegorio Samsa y el comienzo del deterioro familiar adquieren un pronunciado relieve.  Mientras el padre leía antes el diario para la madre y la hija, por ejemplo, ahora no se oye ningún ruido.  En la casa reina un pesado silencio. 

Se está velando el recuerdo de Gregorio.

 

Episodio de la sábana

 

Cómo si entrara a la habitación de un extraño o de un enfermo grave Grete anda en puntas de pie.  Todavía piensa en su hermano y se encarga de la manutención, mientras sus padres lo ignoran.

Estos pasarán dos semanas sin verlo.

Grete es el único personaje de la obra que evoluciona psicológicamente.  Oscila de una asqueada preocupación a un odio ciego hacia el insecto.

Un mes después de la metamorfosis, que paradojalmente  no se ubica en el tiempo, Gregorio comprueba la repugnancia que despierta en su hermana.  Ejecutando un acto de amor inaudito en un insecto, transporta y dispone una sábana sobre el sofá para evitar encuentros desagradables.  La tarea le insume cuatro horas, lo que indica su dificultad.  Así como antes hubiera querido sobrellevar los estudios musicales de Grete y como cargó sobre sus espaldas los gastos de la casa, carga ahora con una sábana como forma de entrega fraterna.  La hermana en apariencia agradece y estimula la automarginación.

 

De modo parecido la sociedad margina a los seres improductivos, los viejos y los enfermos;  los monstruos y los vagos y Gregorio ya no produce.  Es un deshecho.

 

Retiro de los muebles

 

En una de las más vigorosas acciones de despersonalización, la escena resalta la importancia de los objetos.  Los muebles no son simples cosas:  están cargados afectivamente y constituyen un símbolo de la vida anterior a la metamorfosis.

 

Igual que cuando da de comer a Gregorio, la hermana actúa aquí por razones prácticas.  Supone que la ausencia de muebles facilitará el vuelo del insecto por la habitación.  La madre, más vinculada a lo afectivo, piensa que así se perderá toda esperanza de recuperar a Gregorio, no debe moverse nada.  Intuitivamente, la madre está más cerca de los deseos de Gregorio;  lo pragmático yerra.

 

Sin comunicarse, ambos se resisten al vaciamiento pero no lo evitan, él por debilidad física y la madre por debilidad anímica.

La voz de la madre oficia de despertador de la conciencia humana de Gregorio.  Hasta que ella no habla parece que Samsa le otorga la razón a la hermana.  Estas

 

palabras del narrador resumen la acción hasta el momento, justo a la mitad del relato:  “Al oír estas palabras comprendió Gregorio que la falta de toda comunicación humana inmediata, unida a la vida monótona en el seno de la familia, habían debido trastornar su juicio pues de otro modo no podía explicarse que él hubiera deseado que vaciaran la habitación”.

 

Como se ve, el vaciamiento de la habitación afecta un vaciamiento espiritual.  Aceptarlo implica reconocer el triunfo de la soledad, victoria que Gregorio cuestiona y pone a prueba en desigual batalla.

Esta etapa de lucha se resuelve con una trágica determinación:  Gregorio se aferra con todas sus fuerzas a un cuadro, dispuesto a pelear y a que no le saquen más de lo que ama.  La madre se desmaya ante la visión del insecto y Grete exclama:  “¡Ay de ti, Gregorio!” Paradojalmente, las primeras palabras que la hermana le dirige desde la metamorfosis constituyen un agrio reproche, subrayadas por un puño alzado, evocativo del furor paterno.

 

Episodio de los manzanazos

 

De gran dinamismo, esta escena confirma la teatralidad impresa a todo el relato.  Fundamentar esta teatralidad pasa por la mención de los abundantes desplazamientos, avances, retrocesos, vueltas, ataques, corridas y aún vuelos que se suceden a lo largo de esa pesadilla de la vigilia.  Habría que agregar la importancia de una escenografía altamente significativa;  la resolución de las escenas por movimientos hacia fuera o hacia dentro de la sala;  el predomino de lo visual, etc.

 

Como el final del capítulo anterior, éste incluye una persecución del padre hacia el hijo.  Más salvaje que la anterior, pauta el máximo poder del padre, ambiguamente furioso y satisfecho a la vez.  Su autoridad se ha institucionalizado:  ostenta un llamativo uniforme de ... cadete;  inferior jerárquico de un banco;  lo que no deja de traslucir cierta ridiculez.  Pálidos detalles de humor salpican el relato, como algunas actitudes triplicadas de los huéspedes o las expresiones de la última sirvienta.  Por su rareza, tienden a acentuar el clima trágico;  no a disiparlo.

 

La escena de la segunda persecución se narra desde la perspectiva de Gregorio, incluso desde su altura:  “(el padre) levantaba los pies a una altura desacostumbrada y Gregorio se asombró del tamaño gigantesco de sus suelas”.  El trozo parece metafórico del sentimiento de inferioridad de Kafka ante su padre que, con esas “suelas”, pisa muy bien sobre la tierra.  Por supuesto, triunfa el gigante y hasta produce un paralelismo psico-físico:  los muebles complementan la hostilidad del padre, cuando el narrador observa:  “...lo obstruían muebles esmeradamente tallados, con innumerables puntas y dientes”.

Como otros objetos del relato las manzanitas rojas que el padre lanza ferozmente no representan sólo manzanas.  Aquella que se incrusta en el cuerpo de Gregorio evoca el episodio bíblico del pecado original.  El padre coloca ese símbolo de culpa en el hijo y ya no se desprenderá de allí.

La manzana se pudre, como se pudre la existencia de Gregorio, su relación con la familia, su conciencia humana y finalmente su cuerpo.  Que la madre lo salve de este bombardeo cruel, corriendo semidesnuda en un desenlace de acto teatral, no impide que la múltiple descomposición de Gregorio se agudice paulatinamente.

 

Decadencia familiar y de Gregorio

 

Varios hechos pautan el deterioro familiar.  En primer lugar, aparece el deber de “soportar” que asume la familia.  Ya no se vive;  se resiste.

En segundo lugar, las costumbres se han alterado.  El silencio impera.  El pijama del padre, símbolo de la paz hogareña “colgaba inútil sobre la percha”.  En su lugar, el poder social, derivado, del uniforme azul sustituye simbólicamente al poder autónomo del jefe de familia.  El padre no se lo quita ni durmiendo, como si estuviera en guardia permanente contra Gregorio.  De este modo, la prenda se aja y se mancha.  Los objetos metaforizan la caída familiar provocada por el advenimiento del insecto.  El trabajo es agobiante y ahora, generalizado.  Hay que recurrir a vender joyas y aguantar, sobre todo aguantar.  Pero el máximo signo de decadencia es la triste aceptación del absurdo.  Se permite que Gregorio mire desde su rincón hacia el salón familiar durante la noche, pequeña concesión, que se contrarresta con el dolor de la herida provocada por la manzana;  el descuido con ahora se lo trata:  “(la hermana) empujaba rápidamente con el pie cualquier comida al interior del cuarto” y la mugre que invade todo.

 

El hartazgo de la hermana, desemboca en la sustitución en sus funciones por parte de una sirvienta que representa el único personaje que no se horroriza ante el insecto.  Coincide sugestivamente con el inicio de la inapetencia de Gregorio.

 

Los huéspedes.  Escena del violín

 

Los huéspedes ingresan en escena cuando el acostumbramiento ante lo extraño parece consolidarse.  Su función narrativa es múltiple:  1) traen virgen su capacidad de asombro  2)  fracturan la intimidad de la familia  3)  enfatizan su definitiva decadencia  y  4)  precipitan el desenlace.

 

La presencia de los huéspedes acarrea un doble confinamiento:  el de Gregorio, que ve aún más reducidos sus movimientos, pues al venir aquellos señores con sus propios muebles se atiborran los de la pieza alquilada en su habitación, y también el de la familia, que ahora come en la cocina ya que la sala se reserva para los nuevos visitantes.

 

La excesiva atención a los huéspedes y el olvido de Gregorio contrastan nítidamente.  A su vez, la integración indivisible de aquellos se opone al alejamiento físico y espiritual de los Samsa.

De este modo, la escena del violín viene a quebrar la nueva situación convencional que incluye a los huéspedes.  Gregorio busca por última vez su “paraíso perdido”, su condición humana original.

Cuando la hermana comienza a tocar el violín, por primera vez después de la transformación, los huéspedes parecen interesarse.  Instan a que Grete toque en la sala, donde estará más cómoda.  El padre accede por ella.

 

Gregorio;  que ya demuestra “una escasa consideración por los demás”, tampoco se preocupa por sí mismo.  Antes “se restregaba contra la alfombra varias veces en el día” seguramente para limpiarse;  ahora se halla indiferente a todo.  Sin embargo, escucha aquella música con atención, atraído como una fiera por los sonidos órficos.

Descubre que, paradojalmente, los huéspedes molestan a la hermana con su cercanía al atril y por fin, se desinteresan por completo de la ejecución.  El contraste entre animal sensible a la música y los hombres indiferentes recuerda la charla con Janouch donde Kafka afirma:  “estamos más cerca del animal que del hombre”.  En el texto, la pregunta del narrador remite a lo mismo “¿Era realmente un animal cuando la música tanto lo conmovía?”.  Se cuestiona explícitamente la identidad de Gregorio.  La música es definida desde una perspectiva animal, ligada a un instinto primario:  “Le parecía que se le revelaba el camino hacia un alimento desconocido y ansiado”.

Gregorio sueña con llevar a la hermana a su cuarto, defenderla de todos y contarle su propósito de enviarla al Conservatorio.  El acercamiento es pura ilusión.  Apenas el huésped del medio, único interlocutor del trío lo señala, se desencadena la catástrofe.

El padre intenta reintegrar a los huéspedes a su pieza, como si allí los esperara la normalidad”.  Pero la normalidad se ha esfumado.  Cual mimos en acción, los huéspedes “Exigían explicaciones al padre, levantaban a su vez los brazos, se tiraban nerviosamente de las barbas, mientras retrocedían muy lentamente a su habitación.”

El retroceso culmina con una patada en el suelo del señor del medio y un discurso donde menciona “las circunstancias repugnantes que imperan en esta casa y esta familia”.  No pagarán su estadía a los Samsa y los amenazan con demandarlos.  La sociedad, por boca de los huéspedes, margina ahora a la familia.

 

El proceso de aislamiento y deterioro de Gregorio toca a su fin.  Testigo del discurso condenatorio de su hermana, sucio, hambriento, fracasado en su plan, inmóvil donde lo descubrieran los huéspedes, ya no hay salvación posible para él.  Grete remacha así el clavo:  “no quiero pronunciar el nombre de mi hermano ante semejante monstruo...debemos intentar deshacernos de él”.  Más adelante, sugiere echarlo:  “Es el único remedio, padre.  No tienes más que desechar la idea de que se trata de Gregorio.  El haberlo creído así durante tanto tiempo es sin duda el origen de nuestra desgracia”.

 

La despersonalización de Gregorio ha culminado.

Esta vez, vuelve a su cuarto sin apremios físicos.  Su última mirada es para la madre.  Después, una imagen impersonal subraya la desolación:  “No bien entró en su cuarto se cerró rápidamente la puerta y pasaron el cerrojo y la llave”.

 

Muerte de Gregorio

 

A partir de la transformación, Gregorio agoniza.  Los síntomas de decadencia se multiplican en las postrimerías de su muerte.  La falta de apetito, el descuido en su higiene, la carencia de solidaridad, la ausencia de vuelos y de ganas para todo anticipan el fin.

El relato precisa:  “...se quedaba inmóvil durante horas enteras, muerto de fatiga y tristeza”.  En sus ya escasos monólogos interiores, Gregorio plantea  la misma idea.  Al oír  a los huéspedes masticar, expresa:  “...¡Cómo comen estos huéspedes mientras yo me muero!”  La muerte es el desenlace natural de una incomunicación insostenible.  A nadie extraña que, pensando con cariño en su familia, inmóvil, solo en la oscuridad de su cuarto y apenas consciente del alba difusa, su cabeza se hunda por completo y exhale el último aliento.  Poco antes, el reloj del campanario había dado las tres de la madrugada, en un réquiem siniestro y absurdo.

 

Recuperación de la calma.  Esperanza

 

A partir de la muerte del monstruo, todo vuelve a la normalidad.  La sirvienta, que da brutalmente la noticia:  “¡Vean ustedes, reventó!” será despedida “por alterar la tranquilidad que acababan de lograr”.  Los huéspedes también serán echados en una escena grotesca y extraña, culminada con un mareante descenso por una escalera de caracol.  Las personas que de algún modo se relacionaron con Gregorio deben desaparecer para dar paso a una vida nueva.

 

Por primera vez en mucho tiempo, los Samsa deciden dar un paseo juntos, en el único episodio al aire libre del relato.  Aparece la posibilidad de un porvenir, tiempo clausurado mientras duró la pesadilla.  Hasta pueden mudarse de casa y olvidar la actual, “elegida por Gregorio”.  Los renovados sueños se confirman cuando la hija;  ya no la hermana de Gregorio;  se levanta desplegando sus formas juveniles.

Aquí termina la narración.

 

A continuación del relato más allá de la muerte de Gregorio permite el restablecimiento del orden alterado.  La esperanza de los Samsa se funda en un gradual olvido.

Su proyecto de felicidad parte de una muerte.

 

Valoración formal y semántica

 

Desde el punto de vista formal, la abundancia de adverbios de negación y expresiones de relatividad fundamentan los correspondientes contenidos y caracterizan la prosa kafkiana:  “no”, “jamás”, “nunca”, “casi”, “apenas”, “poco”, “acaso”, se suceden continuamente.  El modo condicional y las interrogaciones  plantean hipótesis que casi nunca se llevan a cabo.

 

La exacta adjetivación forma muchas veces una unidad con el sutantivo, cuando no crea un ámbito simbólico.  Por ejemplo, el “suelo inmaculado” de la sala contrasta con “los restos de comida adheridos al lomo y a los costados” de Gregorio.  Ya nos referimos a los símiles utilizados en la escena del encargado.

 

También importan las metáforas.  Gregorio es asimilado a un “enfermo grave”, “un extraño”,  “un viejo inválido”.  Ya muerto, la sirvienta se refiere a él como un “cachivache”.  Cada imagen comporta una degradación mayor.

 

El estudio formal de Kafka, menospreciado por muchos críticos, constituye el substrato imprescindible para remontarse a los símbolos.

Para Kafka nada hay más fantástico que lo cotidiano.  “Las caras de todos los días desfilan ante uno como un misterioso ejército de insectos”.  La deformación encubre la esencia misma de lo real.  Sólo el acostumbramiento impide ver, de modo que los factores de extrañeza de “La metamorfosis” muestran la realidad.

 

Parábola de la familia de Kafka, de la alienación, de la disgregación del hombre contemporáneo o de la ausencia de Dios, cada interpretación enriquece el relato, no lo explica.  La integración de símbolos deviene en alegoría, de diferente signo según el exégeta.

 

(Extraído de un estudio sobre “La metamorfosis de Lauro Marauda)