GENERACIÓN DEL 27

 

CARACTERES GENERALES

 

El conjunto de escritores integrantes de este grupo, son poetas que en una época, los años 20, se relacionaron ampliamente, y hasta fueron amigos íntimos, y desarrollaron una poesía que, sin estar sometida a una común estética prefijada, tenía un espíritu, en temas y estilos, coincidente y nuevo.  Pero hay que advertir que este nombre refleja sólo parcialmente la realidad, si no se completa el concepto de grupo con el de grupos.  La realidad muestra que se formaron, de modo natural, diversos grupos regionales – especialmente andaluces, en Sevilla, Granada, Málaga -  y que éstos se relacionaron personal y bibliográficamente unos con otros como radios de un círculo cuyo centro acabó siendo un grupo que, de modo fijo o por temporadas, convivió en Madrid, formado, en parte, por elementos que procedían de esos diversos grupos regionales, mientras que, al mismo tiempo, poetas que habían nacido o estudiado en Madrid iban, como profesores, a Universidades de provincia en las que conviven con los grupos locales.

Los poetas del 27 (Salinas, Alonso, Alberti, Lorca, Guillén) son los firmantes del homenaje a Góngora;  los que realizan el acto famoso del Ateneo de Sevilla (más dos prosistas, Bergamín y Chabás); y los que figuran, junto a varios prosistas, en la Nómina incompleta de la joven literatura, en enero de 1927.

La denominación de generación es más conflictiva, por ambiciosa.  En su sentido más ortodoxo, el concepto es biológico, histórico, total.  Para otros es simplemente el conjunto de hombres coetáneos que en un momento muestran una actitud artística determinada, lo que en un momento muestran una actitud artística determinada, lo que tiende al concepto de un grupo amplio, o movimiento.  Para otros, equivale, casi estrictamente, a grupo (por ciertos varios críticos – poetas – del grupo central llaman – Guillén, Alonso – generación del 27 a su grupo, mientras que Torre ha propuesto una Ampliación del cuadro de una generación literaria).  Partimos, pues de la falta de unidad de criterio sobre el concepto de generación.  Desde luego, hoy día, desde la crítica literaria, casi nadie cree en el concepto ortodoxo de generación tal como lo presenta Petersen, con caracteres tan específicos como la herencia, el caudillaje, etc.  Y se duda de que las generaciones puedan ser, hoy por hoy, detectadas cronológicamente con exactitud (según el método, por ejemplo de Marías).  Mas el concepto de generación formulado sin dogmatismos, por vía de hipótesis de trabajo, de metodología, y otorgando la última palabra siempre a la lectura de cada autor y obra no es desechable si queremos lanzar una mirada totalizadora a la literatura que culmina en el 27, lo que historiográficamente es aconsejable, y tal vez necesario.  Miraríamos así el conjunto de escritores coetáneos – de nacimiento y de aparición pública – que viven unas experiencias semejantes, tienen unas lecturas parecidas – están inmersos en el mismo momento cultural – y empiezan a escribir en unos mismos años, atentos unos a otros, y presionados por las mismas modas.  Este punto de vista generacional,

 

 

además de la radical importancia de su mirada totalizadora, cuenta en su apoyo, para no ser desechado como método, tres ventajas:  su valor pedagógico;  la tradición que el concepto ya tiene en la historiografía literaria española para el siglo XX;  y el que, puestos a comprobar fechas de nacimiento y de iniciación a las letras con lo que la crítica ha mostrado por vía de análisis, hay bastante coherencia cronológica en torno a las llamadas generaciones del 98, 14 y 127.

Pero el problema queda incompleto si no traemos ahora el concepto de movimiento artístico.  Desde un punto de vista interno, estético y temático, lo que llamamos grupo y generación del 27 coincide, casi cerradamente con la vanguardia.  Estos escritores (nacidos prácticamente todos entre 1821 y 1906), desde 1918 (ultraísmo, creacionismo) hasta 1930-33 (culminación del surrealismo) adaptan o crean los ismos en España.  Esta denominación de vanguardia, para el 27, no debe chocar, sino superficialmente, con el hecho de que sus escritores, muchos de ellos filólogos, acaben por equilibrar la novedad como fin, a la novedad como medio y estímulo, en una reunión de vanguardismo y tradición que, como veremos, es una de las claves de su perfección.  Mas esta tercera denominación plantea otro problema:  ¿qué hacer con estos escritores, una vez que se acaba la vanguardia?, ¿historiarlos, seccionándolos, en otros capítulos posteriores?.  Como método es válido, pero parece más coherente seguir la diacronía de sus vidas y sus obras, en evolución natural, a partir de su génesis y de su momento generacional, o de mayor unidad estética.

 

El término que mejor cuadra a esta  generación o grupo, desde el punto de vista del arte occidental, es el de vanguardia, pues, como veremos, son estos escritores los que traen los ismos a las letras españolas, creando un vanguardismo original con claras raíces autóctonas, desde una tradición española muy estudiada por ellos.  Por último, no podemos dejar de constatar que, en su tiempo, la generación gustaba de autodefinirse como la nueva literatura o la joven poesía, dos nombres que aluden al campo semántico de vanguardia.

 

La literatura del 27 florece de un modo dominante, en una verdadera eclosión de autores, libros y revistas que imponen en esos años unos nuevos y ya perfectos moldes estéticos.

En 1927, dejando secuela en el año siguiente, se celebra el Centenario de Góngora que había muerto tres siglos antes.  A veces se minimiza el significado de esta conmemoración y se ve como algo anecdótico y episódico.  Creemos que es algo más, tal como lo entendieron, no sólo los poetas, sino los críticos más prestigiosos de la generación. Quiénes veían “la vuelta a Góngora como uno de los más significativos hechos de la nueva generación.  El centenario – 1927 – es una ofrenda de fervor y hermandad a Góngora de los poetas actuales.  Nunca ha coincidido tan bien esta fecha arbitraria con el gusto de una época”.

 

 

El Centenario es, en su conjunto, dos cosas:  una toma de conciencia de lo que debe ser el poeta (modelo Góngora) y la poesía (reencuentro total con el estilo barroco), y un rechazo de una tradición académica y estética anquilosadas respectivamente en el historicismo del XIX y en el Modernismo.  Es decir, un alargado y abierto manifiesto con su pro y su contra.  Salvando las anécdotas, el Centenario equivale al definitivo descubrimiento del Barroco con una total ampliación del Siglo de Oro.

Pero, sobre todo, la vuelta al Barroco es el reencuentro con una literatura – maternal y, a la vez, fraterna – que encierra unas profundas razones estéticas, nada anecdóticas, que se concentran en tres caracteres:  la libertad de la imaginación y del ingenio, la supremacía de la metáfora y la autosuficiencia del hecho literario hacia un claro elitismo y una cierta deshumanización.  Los preceptistas barrocos coincidían con la nueva literatura en “unir lo más dispar”, y en la validez del ingenio y en que el fin del poeta, es la maravilla;  independientemente de la realidad y la anécdota.

 

Con respecto a lo político, social y cultural, la generación, o en este caso el grupo, de un modo mayoritario, se puede definir como liberal, progresista y universitaria.  Los más destacados miembros son hijos de comerciantes, agricultores ricos, de profesionales de alta categoría.  E, incluso, en el entorno generacional, los hay hasta aristócratas.

 

Aunque muy universales en su formación y de espíritu cosmopolita, todos se pueden considerar muy patriotas, especialmente en el terreno del idioma y de la cultura.  La mitad de ellos fueron muy activos, aunque no exactamente en lo militar, durante la guerra civil.  En el exilio han sido profesores de literatura española en las dos Américas, y han dejado allí una huella importante a favor de lo español.

 

Como el lógico, la literatura del 27 está inmersa en los grandes temas de la cultura occidental.  Pero es indudable su originalidad a la hora de tratarlos, así como el acusado interés que muestra por algunos y el desinterés relativo por otros.  Por otra parte, como en toda esta panorámica, habremos de tener en cuenta la evolución de los temas al compás de los acontecimientos en que se ven envueltos a través de sus vidas.  En líneas generales, a modo de esquema, podemos fijar los criterios siguientes.  El destino individual del hombre, el metafísico, les interesa poco en comparación con la tradición española, especialmente en las etapas anteriores a 1939.  El grupo muestra una fuerte originalidad, en clara ruptura con respecto al 98.  El destino colectivo tiene, en los años 20 sobre todo, un tratamiento poco político y social, al compás de su gusto por la ciudad de los hombres, el cosmopolitismo y el progreso.  Más tarde, desde 1929, el compromiso social y político empieza a aparecer y alcanza, en ciertos momentos, gran intensidad.  En cuanto al tema de la naturaleza, o habitat en que se insertan estos tres destinos, su presencia es siempre considerable y, desde luego, original.  Iremos recorriendo estos cuatro

 

 

temas, centrándolos en tres apartados:  civitas hominum, la naturaleza y el amor y el compromiso.

Guillén ha escrito:  “Charlábamos, andábamos.  Callejear es siempre delicioso, y las calles son tierra ferocísima.”  Y, en efecto la generación insiste, en casi todos sus miembros,  tanto en prosa como en verso, en el tema de la ciudad, con el confort de los nuevos tiempos y aún de sus frivolidades:  desde los grandes almacenes, los hoteles, los bares y dancings, el cine, que albergan los altos edificios, hasta los nuevos inventos en torno a la electricidad y las comunicaciones – teléfono, radio – y la nueva dimensión de los transportes, como los grandes trasatlánticos, el avión, el automóvil que compiten con los, ya entrañables para la literatura, trenes y tranvías.  Y los sports, todo un capítulo novedoso.  El viejo tópico literario de la superioridad de la aldea sobre la ciudad no se encuentra en ellos.  El tema de la ciudad y su entorno, y el de las comunicaciones que las unen entre sí, protagonizan una gran parte de esta literatura.

En el 27 la civitas hominum quiere decir el progreso, el presente y una especie de futuro feliz ya alcanzado.  Este carácter y su ruptura con la ciudad de la literatura anterior se ve claramente si analizamos los orígenes del tema.

El modelo de la vida de la gran ciudad, influyó mucho en modas y costumbres, y aún en más profundos problemas sobre la libertad – señaladamente en torno a la pareja y el feminismo – de la nueva literatura.

La visión de la ciudad, positiva primeramente, tuvo después un tratamiento negativo, no a favor de la aldea, sino a favor de la posible ciudad buena de los hombre, frente a los males que acabaron por ver y denunciar en ella.  Pero el tema de la ciudad indica casi siempre en el 27 un sentido cosmopolita, ya en la visión negativa, en busca de una ciudad mejor.

 

Aunque en el grupo, algún poeta, en una primera época busca la comunicación con la naturaleza salvaje y virginal – y a nivel cósmico - , predomina en estos poetas, en muchos momentos de su obra, una naturaleza cercana a la ciudad y aún asumida por ella. Los poetas han sentido la necesidad de hablar del jardín como material refinado por el arte, y de “los intermedios urbanos de la Naturaleza”.  Y de forma directa o simbólica estos poetas nos han presentado sus jardines vividos.  Unido a este tema encontramos, en la novela de la época, el hotel o el chalet en la playa o el balneario, o sea la ciudad instalada en medio de la naturaleza.

En realidad, estos poetas son expertos contempladores del mundo cotidiano, desde el presente, ya desde el amanecer, desde el momento de “abrir los ojos.  Y ver...””, como dice Salinas.  Por ello, el poema o la prosa surge del escenario que sus ventanales les proporcionan y no necesitan buscar – como el 98, como el Romanticismo – paisajes pintorescos, espectaculares o rurales.  Este hodiernismo contemplativo no se da sólo en la poesía pura, sino también en la novela.

 

En relación con la Naturaleza, se destaca la obra de Lorca.  Toda ella está impregnada de mitos y símbolos naturales, en relación con su Andalucía natal: 

 

la luna, el agua, los animales.  En este último sentido,  Lorca resulta un verdadero ecologista antes del ecologismo.  El amor por los animales aparece ya en su libro de poemas, desde los más pequeños e inusitados, y cruza su obra, a través de El maleficio de la mariposa, por ejemplo, hasta llegar a la dialéctica naturaleza-historia en Poeta en Nueva York, donde el poeta llegará a ofrecerse para ser comido por las vacas, como compensación del destrozo que el hombre y la historia realizan con el mundo natural. 

 

La generación o grupo del 27 no tiene, en su conjunto, nada de frívola a pesar de haber nacido al mundo literario en lo felices 20 y de sentirse sus miembros muy consecuentes con la visión del mundo que proporcionan estos años.  Se siente, desde luego, muy comprometidos con la vida, llegan a ser una literatura vitalista por excelencia.  Están comprometidos con su tiempo, desde esos felices 20, de acuerdo con ese fervor por el presente que se hermana con el vitalismo.  Por supuesto, están comprometidos y de forma inusitadas con las letras y con el arte.  Todos han sido escritores, profesores, críticos, con un acendrado sentido profesional.  Y junto a la literatura, han abordado otras artes, señaladamente la música y la pintura. 

 

 

 

(Extraído de “El grupo poético del 27” I , 

de Juan Manuel Rozas y Gregorio Torres Nebrera)